17 diciembre, 2005

Sentido de eternidad

Los seres humanos vivimos en unas coordenadas de espacio y tiempo: somos de un barrio, vivimos en un país, nos desplazamos de un lado a otro, nos organizamos el tiempo, que a veces pasa demasiado deprisa y a veces demasiado despacio, tenemos recuerdos, hacemos planes. Pero en lo más hondo de nuestro ser tenemos la necesidad de escaparnos de los límites del espacio y del tiempo.
En aquello que es más propio del hombre, esto es, en nuestra capacidad de conocer y de amar, el espacio y el tiempo nos molestan: siempre hay más cosas para conocer y siempre podemos conocerlas mejor; nuestra capacidad de amar no se divide a partes iguales entre quienes amamos; queremos amar más y no dejamos de amar por que aquellos a quienes amemos estén lejos de nosotros.
La eternidad no es un tiempo largo, largo, que no se acaba nunca: esto sería inhumano. La eternidad es situarse fuera del tiempo, y esto en el fondo es algo a lo que todos los seres humanos aspiramos: todos tenemos un deseo de eternidad, de escaparnos de los límites que el tiempo nos impone. Las decisiones más importantes de nuestra vida las tomamos desde esa perspectiva de eternidad: “te querré siempre”, “no te olvidaré nunca”.
Sólo desde el “siempre” de la eternidad somos capaces de comprometer lo más profundo de nuestro ser. Nadie se enamora cuando le dicen: “te querré hasta que encuentre a otra” o “quiero compartir contigo unos cuantos años de mi vida hasta que me canse”. “Siempre”, “mi vida entera”: éstas son las palabras que comprometen y que enamoran.
Tan fuerte y propio del hombre es ese sentido de eternidad que, cuando no lo buscamos directamente, acabamos por inventarnos sucedáneos. “Vivir el momento” (carpe diem) es un sucedáneo de la eternidad. El momento es también una forma de escaparse del tiempo: es y ya fue. Cuando una sociedad pierde la dimensión espiritual y, por tanto, se hace incapaz de entender el sentido de la eternidad, la única forma que tiene de escaparse del tiempo es disfrutar del momento. Pero no es lo mismo.
Si entendemos la vida como un sucederse infinito de momentos que hay que disfrutar, la vida se convierte en una carga difícil de llevar, porque los seres humanos no estamos preparados para disfrutar de cada momento como si fuese el único. Nos cansamos. Viene la frustración de no poder aguantar el ritmo. Y acabamos refugiándonos en estados psicológicos que reducen nuestra actividad vital y nos liberan de las cosas de este mundo. Otros sucedáneos de la eternidad. Sin la eternidad, los momentos se acaban y tras el disfrute viene el dolor; desde la eternidad incluso aquellas situaciones que puedan ser dolorosas encuentran su sentido: no desaparece el dolor, pero no nos domina.
En el carpe diem se pierde el sentido del compromiso. Los compromisos duran lo que dura el momento. Nada de lo que hicimos ayer nos obliga respecto a lo que hacemos hoy o haremos mañana. Para quien vive el momento, la libertad es ausencia de compromisos: soy libre porque no tengo ataduras. Desde la eternidad, soy más libre cuanto más fiel soy a los compromisos que libremente adquirí. Mis compromisos no me atan sino que me hacen más auténtico.
Vivir el momento nos lleva al afán desmesurado por consumir. El consumismo es otro sucedáneo de la eternidad. Cuando lo que cuenta es el momento, no hay tiempo que perder, no hay experiencia que dejar pasar: hay que tenerlo todo y ya. Incluso nos inventamos formas de pago para poder disfrutar de cosas que todavía no hemos pagado, o lo que es peor, empezar a pagarlas cuando ya hemos dejado de disfrutarlas, lo cual no deja de ser también doloroso. Situarse fuera del tiempo, en cambio, supone disfrutar de lo que tenemos, sin estar sujetos a ello, prescindir de lo superfluo, contentarse con poco.
Pensémoslo en estos días de compras y reuniones familiares. Disfrutemos de esos momentos, pero no nos olvidemos del sentido de eternidad que está en el origen de estas fiestas: el nacimiento de Aquel que nos dijo que, a pesar de todo, nos querría… para siempre.
Publicado en ABC Catalunya, 14 de diciembre de 2005