06 octubre, 2006

La verdadera revolución

Recuerdo un profesor de filosofía política que nos decía que las derechas y las izquierdas habían decidido que en vez de pelearse era mucho mejor repartirse el pastel: la derecha se había quedado con la economía y la izquierda con los temas sociales.
Visto de otra forma, más que partidos de derechas y de izquierdas lo que sucede es que los partidos políticos llevan a cabo políticas de derechas en lo económico y políticas de izquierdas en lo social. Más aún en estos tiempos que corren, cuando todos se pelean por este espacio unisex que se ha venido en llamar “centro sociológico”.
Los partidos de derechas, firmes partidarios de una política económica liberal, se sienten obligados a apoyar políticas sociales de un cierto sesgo progresista (a saber a qué llamarán progresista) para dárselas de modernos. Piensan que así atraerán a algún votante de izquierdas, cuando seguramente lo que ocurrirá es que perderán a sus votantes tradicionales.
Los partidos de izquierdas, una vez desvanecido el misticismo de las economías planificadas, se han ido pasando a políticas económicas liberales –más o menos matizadas; en cambio, para justificar su razón de ser de izquierdas cargan las tintas en las políticas sociales.
La economía liberal y el progresismo social son hijos de la modernidad. Por eso se complementan tan bien. El pensamiento moderno supuso la entronización del individualismo en todos los ámbitos. En el ámbito social, el triunfo de una libertad sin más límites que el no molestar al otro. En el ámbito de los valores, la autonomía del sujeto y el relativismo moral. En el ámbito económico, la búsqueda de un bienestar egoísta, más o menos ilustrado. El mismo individuo que para el liberalismo económico decide según sus propios intereses, es el sujeto de deseos que se convierten en derechos para el discurso progresista social. Si el liberalismo acepta en lo económico la mano invisible como moderadora del egoísmo originario, el discurso de izquierdas recurre al consenso para endulzar la dictadura del relativismo. Pero en los dos casos se acaba en una visión miope que no va más allá del propio ombligo y las tres bes que lo rodean: el bolsillo, la barriga y la bragueta. Por ahí nos movemos.
Recuerdo a otro profesor que nos decía que él era socialdemócrata, sólo que para él la socialdemocracia consistía en ser progresista en lo económico –solidario- y ser conservador en lo social –porque no todo vale lo mismo. Eso sí que es revolucionario.
El populismo no es la alternativa al desencanto político en el que estamos inmersos. Es más de lo mismo. Un partido político que construyera su programa sobre la base de una economía solidaria y una sociedad respetuosa con la dignidad humana sí que sería una propuesta radical. Sería una alternativa real, quizás no por mayoritaria, pero sí por diferente.
(Publicado en ABC Catalunya, 4 octubre 2006)