09 febrero, 2007

La responsabilidad social de los políticos

Uno de los mayores obstáculos para que la responsabilidad social de la empresa sea algo más que una moda es la visión a corto plazo de todos los agentes que intervienen en la actividad empresarial. La presión por los resultados a corto, por dar continuamente buenas noticias, impide a veces que la empresa tome decisiones que son necesarias para cumplir con sus responsabilidades pero que pueden ser mal recibidas por otros agentes.
La responsabilidad se lleva mal con el corto plazo. Primero, porque las decisiones humanas tienen efectos a largo plazo que tardan en verse; segundo, porque requieren un tiempo de reflexión y análisis. Las prisas, tanto para decidir como para ver los resultados, no son buenas: llevan a la improvisación, a salir del paso, a querer quedar bien.
Mientras las empresas sigan prisioneras del corto plazo –muchas veces no por su voluntad, sino por la dinámica del sistema en el que operan- será difícil que se tomen en serio la responsabilidad social, y siempre existirá el peligro de que no sea una cuestión de ética -de principios- sino de estética –de imagen.
También los políticos tienen una responsabilidad social que cumplir. De ellos se espera que contribuyan decididamente al bien común de la sociedad. También como las empresas, pueden ser prisioneros del corto plazo. Cada cuatro años necesitan renovar el apoyo de los ciudadanos, y en el intermedio ven permanente valorada su actuación a través de las encuestas de opinión. Todavía no han llegado al mercado continuo, pero casi.
En la política, como en el empresa, hay que tomar decisiones difíciles, que no siempre son bien entendidas. El buen gobernante no es aquel que decide buscando el aplauso, sino pensando en el bien de la sociedad. Gobernar bien es, cuando llega el caso, atreverse a tomar decisiones dolorosas pero necesarias. El político cortoplacista necesita tener a la gente continuamente distraída y aplaudiendo. Se guía por la opinión, por la reacción. Va a remolque de las circunstancias.
Lo peor del caso, no es la visión a corto plazo de los políticos, sino que consigan que nos instalemos en esa visión. Hoy casi lo han conseguido. Por eso se acepta mejor el abuso de las palabras que la queja ante la tergiversación que se hace de ellas. Se aceptan mejor los eslóganes que las razones, los consensos que los principios, la superficialidad de las formas que la coherencia de los argumentos, los derechos que los deberes, la brillantez de la demagogia que el esplendor de la verdad.
Casi lo han conseguido, pero no del todo. Si no, ¿por qué los políticos despiertan tan poca confianza y la política tanto hastío?
(Publicado en ABC Catalunya, 7 febrero 2007)