10 marzo, 2006

Los valores de la educación

Asistimos con demasiada frecuencia a episodios de violencia juvenil: amenazas, agresiones físicas, altercados públicos; en las aulas y en la calle; entre compañeros, a familiares, profesores, o desconocidos; para robar, por diversión, o como protesta. La violencia siempre es rechazable, pero si se da entre jóvenes parece especialmente descorazonadora. Sin embargo, no debería extrañarnos.
Nos hemos pasado años educando a los jóvenes, y menos jóvenes, en la cultura del “todo vale”, diciéndoles que cada uno es libre de hacer lo que quiera y que lo importante es ser auténtico: mostrarse como uno es, sin cohibirse ante los estereotipos sociales. Si a eso le sumamos que la juventud es un período de la vida que nos hace un poco más radicales y en la que tenemos menos experiencia para contrastar nuestras acciones, el terreno está perfectamente abonado para que la juventud se tome al pie de la letra lo que le enseñamos, lo lleve a sus últimas consecuencias, y acabe como acaba: los que menos, pasando de todo; los que más, con toda una amplia casuística de vandalismo.
Estos días volverá a discutirse la Ley de Educación. Estaría bien que en vez de pelearnos tanto por quién se encarga de la educación, reflexionásemos sobre su contenido, porque cómo sean los jóvenes el día de mañana dependerá en buena parte de la educación que reciban hoy.
En la empresa se habló durante muchos años de la dirección por objetivos. Después se pasó a la dirección por competencias. Ahora empezamos a referirnos a la dirección por valores. Es importante que las empresas se pregunten qué competencias desarrollan las personas a través de su trabajo, pero la cuestión no puede quedarse ahí, porque el desarrollo de competencias no asegura que esas competencias se utilicen bien. Como decía un colega mío: ¿de qué sirve que alguien sea muy hábil en el manejo de un bisturí si lo utiliza para amenazarme con él mientras me exige que le dé la cartera? O como decía otro: si a la gente le enseñamos muchos idiomas pero no le enseñamos a pensar, para lo único que le servirán los idiomas será para decir tonterías en muchas lenguas.
En la educación no vale con transmitir conocimientos, ni desarrollar habilidades. Es necesario también cultivar unos valores que ayuden a orientar la vida en una dirección que valga la pena. Cuando un presidente de un equipo de fútbol tiene que dimitir porque ha malcriado a sus jugadores, queda claro que no es suficiente con ser hábil con el balón para ser un buen profesional.
Al inicio de este curso el gobierno británico anunciaba un plan para reformar el sistema educativo y centraba su actuación en el fomento de valores como el respeto. Aquí en cambio los grandes objetivos que se plantean nuestros gobernantes son cómo ingeniárselas para acabar con la educación concertada, cómo evitar que los alumnos se traumaticen si suspenden asignaturas (¡como si los que pasamos por los colegios cuando se suspendía estuviésemos todos traumatizados!), cómo imponer una visión de género en la educación, o cómo dar rango de derecho al “hacer pellas”. Ridículo. Si hiciésemos una encuesta entre los padres y profesores, las cuestiones que les quitan el sueño son la falta de autoridad en el aula, la distribución de drogas en los alrededores de los colegios, la gestión de los centros, el nivel de fracaso escolar, y tantos otros problemas que no parecen ser de interés para los políticos.
De todas formas algo parecen atisbar cuando en el redactado de la ley se incluye una “Educación para la ciudadanía”. Lástima que se equivoquen en la solución: ni corresponde al Estado decidir qué valores deben transmitirse, ni una asignatura soluciona el desconcierto moral en el que está inmersa nuestra juventud. Evidentemente tampoco lo solucionarán planes de choque o la creación de observatorios contra la violencia. Los problemas no se solucionan contrarrestando sus efectos, sino atacando sus causas. Y aquí la causa es la falta de una educación en valores.
(Publicado en ABC Cataluña, 8.3.2006)

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