27 mayo, 2006

Responsabilidad Social: Ahora toca las finanzas

El pasado 27 de abril el Secretario General de Naciones Unidas, Kofi Annan, fue el encargado de hacer sonar la “opening bell” de la Bolsa de Nueva York. No, no es que Naciones Unidas empezase a cotizar en bolsa. Kofi Annan presentaba ese día los Principios de Inversión Responsable (Principles for Responsible Investment, PRI).
A semejanza de lo que hiciera hace seis años, cuando propuso a los líderes empresariales mundiales reunidos en Davos que se adhiriesen a los nueve (posteriormente diez) principios del Pacto Mundial, Kofi Annan ha querido esta vez buscar el compromiso del mundo financiero.
Durante algo menos de un año un grupo de profesionales de las finanzas representando a una veintena de inversores institucionales de 12 países han estado trabajando, con el apoyo de un grupo de expertos de diversos ámbitos de la sociedad, en la definición de los seis principios de inversión responsable que ahora se han hecho públicos.
Con estos principios se pretende integrar consideraciones medioambientales, sociales y de gobierno en las prácticas y en los procesos de decisión de los inversores institucionales. En la presentación de los principios Kofi Annan señaló que estos principios pretenden ofrecer un marco de trabajo que permita reducir el riesgo en los mercados financieros y plantear los retornos de las inversiones con una visión a más largo plazo.
Los seis principios de inversión responsable que se proponen son:
1. Incorporaremos las cuestiones ambientales, sociales y de gobernanza empresarial (ASG) en los procesos de análisis y adopción de decisiones en materia de inversiones.
2. Haremos nuestras sistemáticamente las cuestiones ASG y las incorporaremos a nuestras prácticas y políticas de identificación.
3. Pediremos a las entidades en que invirtamos que publiquen las informaciones apropiadas sobre las cuestiones ASG.
4. Promoveremos la aceptación y aplicación de los Principios en la industria de las inversiones.
5. Colaboraremos para mejorar nuestra eficacia en la aplicación de los Principios.
6. Nos notificaremos mutuamente nuestras actividades y progresos en la aplicación de los Principios.
La propuesta se completa con una lista de 35 posibles acciones que se ofrecen como medios para la implantación de los principios.
Quienes estén familiarizados con los principios del Pacto Mundial verán las semejanzas entre las dos iniciativas. De hecho la oficina del Pacto Mundial ha sido uno de los dos organismos de Naciones Unidas que han participado en la elaboración de los PRI.
También en este caso la adhesión es voluntaria y no se ha establecido ningún mecanismo sancionador. Los principios cuentan ya con su propia página (www.unpri.org). Seguramente gracias a la experiencia del Pacto Mundial, los PRI nacen con una cierta estructura. Se contemplan tres tipos de firmantes: los propietarios de los activos o entidades que los representan, como por ejemplo los fondos de pensiones; entidades de inversión que actúan como intermediarios en el mercado financiero; y entidades que prestan servicios profesionales. Asimismo se contempla la creación de un secretariado y de un Consejo, que tendrá una presencia mayoritaria de los propietarios de activos.
(Publicado en El Economista, 25 de mayo de 2006)

12 mayo, 2006

Decir que no

Decir que no cuesta. Corres el peligro de que la gente no te entienda y se enfade. Vende poco. Los mensajes en positivo son siempre más atractivos. Es más fácil decir a todo que sí. Contentar a todos. Darle a todo el mundo lo que pida. Es más fácil, pero no necesariamente es lo más conveniente.
Un principio básico de la acción humana dice que cualquier cosa que hacemos es porque vemos en ella algo bueno. Lo que ocurre es que no todos tenemos la misma percepción de lo que es bueno. Cuando alguien estrella un avión contra un edificio, acuchilla a su pareja o comete una extorsión lo hace, aunque a primera vista nos resulte difícil entenderlo, porque ve algo bueno en ello.
No podemos quedarnos en un simple análisis de las consecuencias para analizar la calidad ética de una acción. Primero, porque hay más efectos aparte de los que a uno le interesa ver. Claro que aprovecharme del cargo público para enriquecerme tiene efectos buenos, pero también hay efectos malos. Claro que si me zarandean en una manifestación puedo utilizar mi poder para pedir detenciones, y las habrá, pero habrá también efectos malos.
Hay que mirar todas las consecuencias. Pero hay que ir un paso más lejos, y entender que hay acciones que nunca pueden hacerse, a pesar de que haciéndolas puedan seguirse algunos efectos buenos. Y eso es así, porque los seres humanos tenemos una forma de ser, una naturaleza, que no acepta que se le haga cualquier cosa. Tampoco es que en eso seamos muy originales. Cuando las máquinas no se utilizan como se debe, se estropean; cuando el medio ambiente no se respeta, se estropea. ¿No va a estropearse el ser humano cuando lo tratamos como no debemos? No tenemos que fijarnos sólo en las consecuencias de lo que hacemos, sino también en los principios de cómo somos.
Ya sé que otorgarles a los monos los mismos derechos que a los seres humanos puede tener efectos positivos para ellos (¡que no se fíen!), pero antes hay que tener en cuenta la radical diferencia de la especie humana, que no permite que, por más animales que a veces seamos, se nos equipare con otros seres vivos. Ya sé que destrozar a un embrión puede aportar avances para la ciencia (hay alternativas igualmente efectivas y menos agresivas), pero antes hay que respetar la vida humana. Ya sé que morirse puede significar dejar de sufrir, pero una cosa es que uno se muera y otra que a uno le maten. Y no vale buscar eufemismos para acallar las conciencias. No se trata de “morir dignamente” sino de “proporcionar una vida digna”, aun en las condiciones más dolorosas.
¿Hay muchas de esas acciones a las que hay que decir siempre no? No, no son muchas. Si hay un tipo de acciones donde el no es claro es en todas aquellas que tengan que ver con el respeto a la vida humana. Es uno de los bienes fundamentales del ser humano, y como tal debe respetarse, por principio, sin que algunos efectos buenos nos hagan perder la visión global de lo que está en juego.
Decir que no cuesta. Lo saben bien quienes son padres y tienen que decir a veces que no. Pero saben también que ese “no” es tremendamente positivo. Se trata de proteger algo que es valioso. Cuando el “no” se utiliza para controlar cuestiones opinables se cae en el abuso de poder. Cuando se trata de proteger bienes fundamentales (la vida, la libertad, la verdad, la justicia), hay que decir un no claro y fuerte.
La ética, como cualquier ciencia, tiene sus axiomas, que no pueden demostrarse, sino tan sólo mostrarse. El axioma principal de la ética es “haz el bien, y evita el mal”. Hay acciones que nunca pueden ser buenas, aunque puedan tener algún efecto bueno. Discernir cuáles son esas acciones es cuestión de sentido común. Decía Aristóteles que cuando uno maltrata a su madre no necesita argumentos, sino un buen azote. Una sociedad que no sepa discernir cuáles son esas acciones está perdiendo el sentido común. Aunque la mona se vista de seda, mona se queda.
(Publicado en ABC Catalunya, 10 mayo 2006)

10 mayo, 2006

Entendido. Y ahora, ¿qué hago?

“De acuerdo. Me has convencido. Después de oíros hablar tanto de responsabilidad social, o como le llaméis a eso, lo acepto: tengo que ser socialmente responsable. Venga. Y ahora, ¿qué hago?”
Esa es la gran pregunta y la gran batalla que tenemos por delante. Podemos seguir dándole vueltas a la necesidad de la RSC, a que no es sólo una cuestión de imagen, sino de compromiso. Podemos seguir discutiendo si tiene que ser voluntaria o si tiene que regularse. Y deberemos seguir haciéndolo, porque como los expertos de la comunicación nos explican, hay que repetir el mismo mensaje muchísimas veces. Y aun así todavía hay quien no se entera. Si además el producto que hay que vender no tiene un atractivo así como muy inmediato que digamos, pues con más motivo hay que seguir hablando.
Pero, podemos decir que más o menos esta fase la hemos cubierto suficientemente. La que viene a continuación es más complicada. Se trata de pasar de las palabras a los hechos. Ya se sabe que diseñar estrategias es fácil. Los papeles todo lo aguantan. Lo difícil es pasar a la implantación: demostrar que aquello que decimos que debe hacerse, puede de hecho hacerse.
¿Que qué hago? Pues para empezar tienes que nombrar a alguien que se responsabilice de estos temas. Ojo, no se trata de que sea el único socialmente responsable, sino que sea el que se encargue de velar por que en la empresa se vivan las políticas de responsabilidad social.
“¡Un momento! ¿A ver, si te entiendo? Me estás diciendo que nada más empezar tengo que contar con una nueva nómina? ¿Todavía no he hecho nada y ya me toca pagar?”
Sí, claro. Puede que eso de ser socialmente responsable sea rentable, pero de entrada te cuesta. Si te sirve de consuelo, tómatelo como una inversión en vez de un gasto. Y no me vengas con eso de unirlo a otro puesto que ya existe. Si no, es que no te lo has acabado de creer. Y tampoco me vengas con aquello de que es un tema tan importante que debe ser asumido por la dirección general. Es verdad que es importante, y es verdad que la dirección general debe estar comprometida con el tema, pero dejarle a ella la gestión es tanto como guardarlo en el olvido.
Pero, sigamos. Tienes que definir la misión y los valores de tu empresa. Es decir, plantearte el para qué de lo que haces. En este para qué tiene que estar muy presente el sentido de tu responsabilidad social. No me vengas con eso de “quiero ser el líder”. Tiene que estar muy claramente formulado, ser bien concreto y pensado para tu empresa. No vale con que uses cuatro generalidades copiadas de aquí y allá.
“O sea. Como si no tuviese ya bastante trabajo, ahora vas y me dices que tengo que dedicarme a pensar sobre para qué hago las cosas”. Sí, y además no sólo tú, sino que tendrás que trabajarlo con tu equipo directivo, y darle varias vueltas, porque estas cosas no se deciden en cinco minutos y tienen que ser duraderas.
Pero es que además tendrás que empezar a trabajar en documentos que concreten estos valores y que les den referencias a tus empleados sobre cómo deben actuar. Y seguramente esto te exigirá hacer algún estudio –no le llames auditoría, si te asusta la palabra-, para ver cómo se viven en la práctica estos valores y cuáles son las cuestiones conflictivas que surgen más a menudo. Tendrás que establecer mecanismos para que puedan preguntar, y tendrás que darles formación sobre todas estas cuestiones.
“Ya estamos, formación. Más gastos”. Claro. ¿No les das formación en otros aspectos? Si te gastas dinero para que aprendan inglés, ¿no te lo vas a gastar para que actúen de forma responsable? Y si no lo tienes claro, deberemos volver al inicio de la conversación.
Pero ahora viene lo mejor. Tendrás que ponerte a revisar todos tus procesos, la cadena de valor, y ver cómo se ajustan a esta responsabilidad social de la que te dices tan convencido. Tendrás quizás que renunciar a ciertas prácticas, cambiar los sistemas de incentivos, establecer nuevos criterios de compras, escuchar un poco más a la sociedad. Tendrás que pensar en innovar para llegar a gente que no tiene acceso a tus productos, o para ofrecer nuevos servicios que tengan un mayor impacto social. Y tendrás que buscar formas de medir y controlar todos estos temas, y tendrás que informar, y tendrás que…
“Bueno, bueno, bueno. Esto me lo dices porque soy grande. Si fuese una pyme no me apretarías tanto”. No. Te lo digo porque eres empresario. Siendo grande tienes más capacidad de hacer cosas, y también más responsabilidad. Es verdad que hay mucho trabajo por hacer para que las pymes se impliquen también en la RSC, y habrá aspectos concretos de implantación que habrá que adaptarlos a sus posibilidades. Pero en cuanto a los principios, la exigencia es la misma.
“Sabes qué. Como veo que hay muchas más cosas para hacer de las que creía, déjame que lo piense, y ya volveremos a hablar”.
Muchos buenos propósitos acaban con un “déjame que lo vuelva a pensar”. Ya está bien que queramos pensar las cosas. Ya está bien que sintamos el compromiso que supone embarcarse en la RSC. Pero sería una lástima que tanto esfuerzo quedase en nada. Este es el gran reto que tienen hoy las empresas de nuestro país: pasar de las palabras a los hechos.
(Publicado en Expansión, 9 mayo 2006)