09 enero, 2010

Reflexiones sobre el buen gobierno de las ONGs

Me pidieron unas respuestas para un reportaje en ABC a raíz de una mesa redonda en la que participé sobre Transparencia en las entidades sin ánimo de lucro. Estas son las ideas que después aparecieron recogidas en una columna del periódico:

1. actuación responsable de las entidades sin ánimo de lucro.
Se pide que las empresas sean socialmente responsables y actúen con criterios éticos, pero esto debe pedirse también a todas las organizaciones y entidades sociales, no sólo a las empresas. A veces parece que las entidades sin ánimo de lucro estén exentas de actuar con responsabilidad social, o se da por supuesto dado que su fin es claramente social. Y sin embargo, también las entidades sin ánimo de lucro pueden ser gestionadas con una falta total de profesionalidad y de criterios éticos. Es más, por su estructura y su forma de gestionarse, pueden ser entidades más opacas, menos transparentes, y eso puede llevar a que haya más actuaciones faltas de ética y que puedan encubrirse mejor. Por tanto hay que buscar mecanismos para que la transparencia sea real en las entidades del tercer sector, y que estén obligadas a rendir cuentas de sus actuaciones, como cualquier otra organización social. Los criterios de buen gobierno que se aplican en las empresas también deberían aplicarse en el tercer sector: separación y definición de funciones de los órganos de gobierno; rendición de cuentas; transparencia.

2. ¿Cómo deben enfocar las empresas su patrocinio y mecenazgo?
Ha habido un cambio. Antes había una mayor asimetría e poder entre empresas y patrocinados; las colaboraciones tenían un carácter más puntual, a veces en términos puramente de contribución económica y muy relacionada con proyectos concretos. Tenía, pro así decir, un carácter más filantrópico. Ahora en cambio, puede haber en ocasiones un mayor equilibrio de poder entre unos y otros; se buscan acuerdos a más largo plazo, y con un enfoque más estratégico, buscando sinergias entre las empresas y las entidades que se patrocinan.
Eso supone que la relación sea más intensa y que haya una mayor implicación en la misma gestión de las entidades. En todo caso, los criterios fundamentales de esta relación deberían ser los de transparencia y rendición de cuentas, por parte de las entidades. Las empresas deben exigir, como contrapartida a su colaboración, una gestión profesionalizada, una explicación de cómo se han utilizado los recursos que se han proporcionado y una evaluación de los resultados obtenidos. La visión filantrópica, como quien da limosna, no es propia de las empresas, pero sobre todo da entrada a conductas irresponsables por parte de los gestores de las entidades, que pueden encontrarse con una cantidad de recursos considerable sin ningún control o supervisión obre el uso que hacen de los mismos. Es fácil que surjan así conductas inmorales.

24 diciembre, 2009

Cuento de Navidad

Hoy publica el Financial Times un artículo sobre las preguntas que se hacen los financieros de la City de Londres, respecto a la ética en su profesión. Va desde la moralidad de los sistemas de incentivos, que premian el corto plazo y las decisiones de excesivo riesgo, hasta la razón de ser de la actividad financiera, que debería comportarse más como "servidora" que como "dueña y señora".
Una reflexión oportuna en estos días de Navidad, donde la realeza se presenta en la forma de un niño indefenso, que años más tarde dijo que venía a servir y no a ser servido.
Por cierto, ayer Expansión traía dos artículos de dos colegas del IESE que hablaban de la Navidad, y que recomiendo: uno de Eduardo Martínez Abascal, y otro de Santiago Alvarez de Mon.Yo también me uno a ellos: Feliz Navidad!

12 diciembre, 2009

Internet: ¿a favor de los dictadores o de la democracia?

Prospect publicó en su número de diciembre un artículo en el que su autor, Evgeny Morozov, bieloruso, argumentaba cómo los regímenes dictatoriales utilizan Internet en su favor. El artículo ha recibido una posterior réplica de Clay Shirky, en la que afirma que, a pesar de todo, Internet sigue siendo una fuerza en favor de la democracia.
Es un ejemplo claro de cómo la tecnología puede utilizarse para bien y para mal, y que por tanto, cuanto más poderosa es esa tecnología más debe estar arropada por una actitud ética que lleve a utilizarla correctamente. Pasa con la Internet como con tantos otros avances tecnológicos y científicos. Es preciso no olvidar un principio básico: "No todo lo técnicamente posible es éticamente aceptable".

Sacar más partido de la RSC

McKinsey Cuarterly publica un artículo sobre cómo las empresas pueden sacar más provecho de sus acciones de responsabilidad social, en especia, cuidando sus relaciones con las entidades con las que colaboran. Es un texto breve y poco sofisticado. Hay un par de gráficos interesantes.
Nota: quizás para poder leerlo haya que registrarse previamente

11 diciembre, 2009

Coloquio Anual de EABIS en el IESE

El pasado septiembre tuvimos en el IESE el Coloquio Anual de EABIS, que es la mayor red de temas de RSC en Europa. Algunos alumnos doctorales y asistentes de investigación actuaron como relatores de las diversas sesiones. Con todo el material la oficina de EABIS ha preparado un extenso resumen de los días del Coloquio.
También IESE Publishing preparó un vídeo con opiniones de algunos de los ponentes y organizadores.

30 noviembre, 2009

¿Regulación o formación?

El pasado 26 de noviembre se hizo público un informe en UK sobre el gobierno corporativo de bancos y entidades financieras, encargado por el Primer Ministro británico. El informe Walker (como siempre, el informe se conoce por el apellido de quien recibió ese encargo) es largo, pero tiene un resumen ejecutivo con la génesis y el desarrollo del proyetco, y las 39 recomendaciones, que giran en torno a cinco temas: composición del consejo, funcionamiento, papel de los accionistas institucionales, gestión del riego y remuneración.
El tema de los accionistas institucionales y la conveniencia de forzar su presencia a largo plazo en la empresa havalido una editorial del FT de hoy. El tema es interesante: ¿cuál es la responsabilidad de un accionista de referencia?, ¿debe "incentivarse" que no abandone el barco a la primera de cambio, y forzarse, en cambio, una permanencia a largo plazo?
En otra columna que publica también hoy el FT en su sección semanal sobre "business education" se hace referencia a la regulación como la salida habitual a las situaciones de crisis. El autor propugna ir un poco más a fondo, y aboga por la necesidad de la ética en los consejos de administración y también en los planes de estudio de las escuelas de negocio.
Las soluciones no son casi nunca "o una cosa o la otra", sino más bien"una cosa y la otra". Habrá aspectos en que se necesite mejorar el marco regulador; pero las leyes no aseguran casi nada, porque las leyes son siempre aplicadas por las personas, y las personas somos suficientemente listas para saltarnos cualquier ley. Así que hace falta formación ética; por supuesto. Pero cuidado, porque la ley es también un vehículo de formación; por eso es muy importante dotarnos de leyes que favorezcan conductas morales. Y no hablo sólo de empresa...

27 noviembre, 2009

Las bolsas y el cortoplacismo

Acabo de regresar de una reunión de dos días a puerta cerrada, que hemos organizado conjuntamente con "Quiero salvar el mundo haciendo marketing". Nos hemos reunido un grupo de unas diez personas, con el objetivo de reflexionar sobre el papel y la vigencia de las bolsas. Casi nada! La buena acogida del Ayuntamiento de San Ildefonso-La Granja y Valsaín ha contribuido a unas fructíferas discusiones.
Justo hoy me encuentro en el Financial Times un interesante artículo de Al Gore sobre el capitalismo "sostenible" y la necesidad de superar visiones cortoplacistas. Algo que también ha salido a relucir en nuestros Diálogo en La Granja.
En el artículo se proponen cinco puntos de acción: contabilidad, transparencia, incentivos, regulación y responsabilidad. A ver si la nueva ley de economía sostenible, que justamente hoy se aprueba, demuestra ser tan equilibrada...

20 noviembre, 2009

RSC en la cadena de suministro

Algunos piensan que la RSC empieza al final de la cuenta de resultados, o sea, a la hora de repartir beneficios: "déjeme usted hacer 'business as usual', que luego al final ya seré bueno y repartiré entre todos". Se equivocan. La RSC no va de hacer limosna. La RSC va de cambio de mentalidad. La RSC debe estar presente a lo largo de toda la cuenta de resultados. Lo que hay que preguntarse es: ¿incorporo a mis criterios de decisión algunos que vayan más allá de cuánto gano y cuánto pierdo?: ¿qué hago con mis clientes?, ¿y con mis empleados?, ¿qué políticas de compras tengo?, ¿y de inversiones?, ...
Por eso me ha gustado un estudio que se acaba de publicar sobre la RSC en la cadena de suministro. Las conclusiones, como siempre, dependerá de cómo se miren: un buen número de empresas cuentan con políticas definidas sobre criterios de responsabilidad social en la cadena de sumnistro; muy pocas supervisan el cumplimiento de estas políticas: bastante trabajo tienen con asegurar que se cumplen en sus propias operaciones.
Aquí puede encontrar la noticia en castellano, y aquí la nota de prensa en inglés. Y aquí el texto completo.

13 noviembre, 2009

Etica individual y sistemas sociales

Hoy publica el Financial Times un artículo en el que su autor, Philip Booth, sostiene que la ética sola no puede prevenir las crisis financieras.
La cuestión de fondo, me parece, es la relación entre la ética individual y el tono moral de la sociedad en el que el individuo actúa. Es claro que un individuo puede actuar según sus principios en cualquier entorno en el que se mueva, por más contrario a sus principios que ese entorno sea. En el extremo, es lo que les sucede a los mártires, ¿verdad?, que están dispuestos a perder su vida (y de hecho la pierden) por ser fieles a sus principios en un entorno totalmente contrario.
Pero también es cierto que cuanto más favorezca la sociedad unos principios éticos, más fácil será a las personas vivir de acuerdo con esos principios.
Por tanto, si el mercado, los sistemas financieros y todo el engranaje económico y empresarial funcionan a partir de reglas, normas, políticas y comportamientos éticos, será más fácil que no se repitan conductas como las que hemos vivido recientemente. Pero, ojo, tampoco, lo aseguran, porque por encima de estos sistemas y mecanismos está la libertad humana y la capapcidad de utilizar esta libertad para actuar de forma inmoral.
Por el contrario, si estos sitemas se mueven por criterios no éticos, los individuos lo tendrán más difícil para actuar éticamente. AUn así, lo pueden conseguir, pero les será más difícil.
¿Necesitan las personas para comportarse éticamente un sistema que favorezca la ética? Estrictamente hablando no es necesario, pero es muy conveniente. Por eso es tan importante luchar por tener una legislación que vaya a favor de principios éticos.
¿Pueden las personas actuar éticamente aun cuando el sistema favorezca comportamientos inmorales? Por supuesto. Las personas no están determinadas por el sistema. Confiar sólo en el sistema es engañarse.
¿Funciona el capitalismo sólo si las personas observan determinados valores éticos? Sí, porque aunque el sistema sea perfecto (que en términos reales nunca lo será), la libertad humana es más originaria que el sistema. Al fin y al cabo el sistema habrá sido hecho pro seres humanos. Otra cosa será cuán moralmente fuerte sea el sistema, que permita aguantar en su seno partícipes que no actúan según esos valores sin resquebrajarse.
¿Puede el capitalismo producir beneficios para la sociedad a pesar de que los individuos se muevan sólo por el propio interés? Seguramente sí, pero será muy poco sostenible, y requerirá de un entramado regulatorio asfixiante.

11 noviembre, 2009

Transparencia y corrupción

Hoy he participado en una mesa redonda sobre "Transparencia como base de un nuevo pacto social", organizado por Francesca Minguella, una entusiasta conocedora y promotora de la Responsabilidad Social en el ámbito cultural. Han participado en la mesa Pau Vidal, Coordinador del Observatori del Tercer Sector, y Florenci Guntín, Secretario General de la Associació d'Artistes Visuals de Catalunya (aavc). Me ha resultado muy grato conversar sobre el tema de la transparencia con interlocutores que provienen de ámbitos tan distintos. Se vuelve a comprobar como hay más cosas que nos unen que cosas que nos separan.
Un punto en el que hemos coincidido es que la transparencia, entendida como la acción de las organizaciones encamianda a ofrecer información relevante sobre sus actividades a los grupos de interés, por una parte va más allá de las meras técnicas, o de la cantidad de información que se da y de las herramientas que se utilizan, y que, sobre todo, corresponde a una actitud de las organizaciones que se basa en la coherencia y en la integridad; por otra parte, que la transparencia no es suficiente si no va a compañada de un entorno de confianza, puesto que la información qe se ofrece va a ser interpretada siempre por quienes son los receptores de esa información, y por tanto es importante que esta información se haga en un clima de diálogo (que no está reñido con la disensión) y en un marco de confianza mutua.
Florenci nos ha recordado, rememorando a Keynes, que "el arte en manos del poder se convierte en propaganda". Es una buena reflexión que recuerda a aquellas actitudes de -¿justificado?- escepticismo de quienes ven las acciones de carácter social de determinadas empresas más en términos de "marketing" que en términos de convicción.
Francesca ha preparado un documento con algunas ideas de la sesion. En cuanto esté el link listo, lo incluiré (aviso al navegante: está en catalán).
Por cierto, hoy se ha publicado en El País un interesante artículo del grupo español de Transparencia Internacional sobre la corrupción. Por cierto: nuestra sesión se había planificado mucho antes de que saliesen a la luz algunas noticias de corrupción en entidades culturales locales...

10 noviembre, 2009

¿Valores? ¿Qué valores?

La semana pasada estuve hablando de Etica en un programa de formación sobre Economía Social organizado por el Col.legi de Censors Jurats de Comptes de Catalunya. Cuando uno da una conferencia, aprovecha siempre para “probar” alguna idea.

Reflexionando sobre los valores que se piden en la empresa, pensaba que es muy difícil que se vivan valores en el ámbito empresarial que no se viven en la sociedad. También en este punto, quizás, pedimos demasiado a las empresas. Pedimos que en la empresa se viva la lealtad, cuando en la sociedad más bien lo que se fomenta es la deslealtad y la ausencia de compromisos (o, como mucho, compromisos “a precario”); pedimos que la gente sea austera en el uso de los recursos de la empresa, pero en cambio en la sociedad se fomenta el despilfarro y el consumismo descontrolado; se pide a la gente que actúe con racionalidad y sentido común, mientras que, por ejemplo, las mayores audiencias se las llevan programas que fomentan la frivolidad, los escándalos y las reacciones pasionales.

La empresa no es un coto aislado: está inmersa en la sociedad. Influye en ella, pero también recibe el influjo de la sociedad. Somos hijos de nuestro tiempo, y si como ciudadanos no vivimos determinados valores, no podemos poner sobre las espaldas de la empresa la responsabilidad de fomentar en exclusiva esos valores. Como dice el viejo adagio: “Quod natura non dat, Salmantica non prestat”

Por eso las empresas deberían ser las primeras interesadas en preocuparse por qué valores se fomentan en la sociedad. Apoyar la educación de calidad, o, al revés, no apoyar programas “basura”, serían, por ejemplo, dos acciones que tienen sentido en el contexto de una empresa que se siente responsable de fomentar determinados valores en la sociedad.

09 noviembre, 2009

Recomenzamos!

Han pasado más de dos años desde que colgué la última entrada en este blog. Hoy que el mundo celebra los veinte años de la caída del muro de Berlín (¡veinte años!) es una buena ocasión para volver a retomar con nueva ilusión este espacio de reflexión.
La vida , al final y al cabo, es un continuo comenzar y renovar propósitos. Así que allí vamos... (a ver cuánto dura...)
Hoy me he encontrado en el Financial Times un artículo de John McCain glosando este aniversario: "Human rights are the highest form of realism". ¡Vale!, ¡vale! Seguro que alguien piensa: "Consejos vendo y para mi no tengo". Pero al menos el título da para reflexionar: los derechos humanos son reales; no son un invento cultural o politico.

17 agosto, 2007

Superar los mitos

Hace muchos siglos los seres humanos intentaban explicar las realidades que les rodeaban a través de mitos. Eran historias fantasiosas en las que intervenían dioses, hombres y animales fabulosos. A través de esos relatos se explicaba desde el origen del mundo, hasta el sentido del amor o la inmortalidad del alma.
Con el tiempo, los seres humanos fueron adquiriendo confianza en su propia capacidad de razonar, de ir más allá del fenómeno concreto y llegar a las causas de las cosas. De esta forma, el mito dejó paso a la filosofía. Las cosas podían explicarse por ellas mismas y se aceptaba que el hombre tenía capacidad de conocer ese porqué. Esto fue entendido, sin duda, como un progreso de la humanidad.
En estos días de verano más de uno habrá hecho el propósito de leer alguno de los libros de management que aparecen en las listas de best-sellers. Tengo que reconocer mi sorpresa cuando veo que muchos de estos libros vuelven a recurrir al mito para explicar a los hombres y mujeres de empresa cómo deben actuar en su trabajo profesional. Nos encontramos con relatos de ratones que se comen quesos o príncipes al rescate de doncellas ultrajadas. Y se supone que a partir de ahí cada uno saca lecciones sobre cómo mejorar en su trabajo.
Aparte de una cierta admiración –y sana envidia- hacia quienes han escrito estos libros, me pregunto si no estaremos menospreciando a los directivos empresariales. En vez de suponer que tienen capacidad y formación suficiente para profundizar racionalmente en el sentido de su profesión, les damos historietas divertidas con moralejas, como al niño al que se le dan papillas porque todavía no sabe masticar.
Hace unos años se puso de moda decir que las empresas debían estar dirigidas por filósofos. No lo creo necesario. Pero sí me parece imprescindible que el directivo de empresas sea alguien con una honda preparación humanista. Al fin y al cabo, como se dice en tantos discursos, el activo más importante de las empresas son las personas. Pero formación humanista en serio, no cuatro recetas sentimentalonas para animarnos a ser buenos. A menos que eso sea una excusa para vivir del mentoring. Primero reducimos el arte de la dirección a la aplicación de unas técnicas más o menos sofisticadas, y ahora queremos edulcorarlo con la apelación a los buenos sentimientos.
Si las empresas están dirigidas por personas que sólo pueden descubrir el sentido de su trabajo a través de relatos pseudo-mitológicos, estamos apañados. Entre la novela moralizante y el ladrillo teórico está el discurso divulgador que confía en la capacidad de raciocinio del lector. Quizás el problema no sea que los lectores no estén preparados, sino que quienes tenemos que escribir estos libros no sepamos cómo hacerlo.
(Publicado en ABC Catalunya, 15 agosto 2007)

27 junio, 2007

Todos iguales

Una ventaja de vivir en un estado de derecho como el nuestro es que, al menos de entrada, se supone que todos estamos dispuestos a ajustar nuestras acciones a un marco de convivencia libremente aceptado.
Esto de que “todo vale” está muy bien para los discursos –vende bien-, pero en la práctica se muestra imposible, porque viviendo en sociedad no todos podemos hacer al mismo tiempo lo que nos apetece. Si a alguien se le ocurre conducir en dirección contraria, espero que otro le detenga a tiempo y no se deje amilanar por el discurso de “es que me apetecía”. El resto de los conductores no veremos en esa decisión un ataque a la libertad ni un abuso de poder.
Hasta los políticos más tolerantes se encuentran de vez en cuando en la tesitura de no poder llevar hasta sus últimas consecuencias sus discursos, y a veces tienen que impedir determinados comportamientos. Si no, que se lo pregunten al Fiscal General, o al Ministro de Justicia (muy callado últimamente: será que en “El Jueves” no hay nadie del PP), o a la Vicepresidenta, que sigue resistiéndose a aceptar la evidencia de que “no todo vale”.
Una sociedad que tiene que divertirse a costa de burlarse o de insultar a los demás no es una sociedad madura. Una sociedad madura no es aquella en la que uno aguanta estoicamente que le insulten, sino aquella que no necesita tolerar estos comportamientos, porque todo el mundo tiene dos dedos de frente como para reconocer que cualquiera, sea príncipe o plebeyo, tiene derecho al buen nombre. Cuando uno no es capaz de distinguir entre la libertad de expresión y el insulto ni sabe autocontrolarse, es responsabilidad del gobernante pararle los pies antes de que cometa una tropelía peor.
En un estado de derecho se espera también del gobernante que aplique la ley sin arbitrariedades, utilizando los mismos criterios para juzgar a unos y otros. Al menos nos aseguramos que el poder se usará con una cierta coherencia, y no según los casos. Porque si el buen nombre de las personas debe respetarse –aun a costa de limitar la libertad de expresión-, también debería ponerse un límite cuando se insulta a las convicciones y a las creencias de las personas.
La misma celeridad con que se ha actuado en estos días debería haberse utilizado en situaciones anteriores, en las que, a veces echando mano de fondos públicos, se han lanzado injurias contra los sentimientos religiosos de la gente. No deja de ser una falta de coherencia, que dice muy poco de quien debería aplicar la ley –o mucho, según se mire-, que se exija más respeto hacia los príncipes de este mundo que hacia aquel que es Rey del universo.
(Publicado en ABC catalunya, 26 junio 2007)

14 junio, 2007

Convicciones y resultados

Max Weber clasificaba la conducta humana según dos lógicas opuestas. La ética de la convicción la siguen aquellos que en su acción se guían por determinados principios; la ética de la responsabilidad es la de aquellos que sólo se fijan en las consecuencias de las acciones.
Este tipo de distinciones me han parecido siempre muy poco realistas. No es cierto que haya quien actúe sin importarle los resultados o haya quienes no tengan en cuenta principios. Los de la ética de la responsabilidad también siguen principios, aunque en su caso el único principio que les importa es valorar los resultados; los de la ética de la convicción también tienen en cuenta los resultados, sólo que entre los resultados incluyen la fidelidad a determinados principios.
En la práctica, en nuestras acciones siempre hay una combinación de principios, intenciones y resultados. La realidad se explica mejor cuando se integran todos estos aspectos que cuando se intentan separar para hacer clasificaciones.
Algo parecido sucede con la responsabilidad social de la empresa. Algunos quieren justificarla como una exigencia de determinados principios, valores o convicciones. Otros en cambio le otorgan una función instrumental: la responsabilidad social sirve para mejorar la cuenta de resultados. Evitemos caer en un inútil pedaleo intelectual y hagamos como Alejandro Magno con el problema del nudo gordiano: sacar la espada y cortar la cuerda.
En la realidad las empresas se interesan por la responsabilidad social por motivos muy variados, algunos de carácter más coyuntural (crisis de reputación, imagen, posicionamiento en el mercado, relaciones públicas) y otros de más convicción (compromiso del propio equipo, principios personales o corporativos). Es más, en la mayoría de los casos habrá un mix de motivos. No pasa nada: nosotros tampoco actuamos siempre con una intención perfecta.
Dos ideas, para ser prácticos y no complicarnos con teorías. Una: cualquier motivo que haga que las empresas se interesen por la responsabilidad social es bueno. ¿También por una razón puramente instrumental? Sí, también. Lo importante es que la burra ande, sea grande o no. La segunda, que matiza la primera: aquellas empresas que no lleguen a las razones más profundas y de compromiso, y se queden en una visión puramente instrumental, acabarán desengañándose: para ellas la responsabilidad social habrá sido sólo una moda.
Se trata de caer en la cuenta que el resultado más importante de nuestras acciones pasa en nuestro interior: cuando actúo responsablemente, yo me hago más responsable. Decía Sócrates que es peor cometer injusticias que sufrirlas, porque el que comete injusticias se vuelve injusto. Convicciones y resultados van siempre juntos. Como decía la mística castellana, “al final de la jornada, el que se salva sabe, y el que no, no sabe nada”.
(Publicado en ABC Catalunya, 13 junio 2007)

24 mayo, 2007

¡Menudo domingo!

Me dice un amigo mío que debo ser más optimista en mis artículos. Así que voy a intentarlo.
Este domingo será un día para recordar. Lo veo venir. Será un día soleado, perfecto para salir a pasear, comer fuera, o estrenar por fin la playa. Por eso tendrá más mérito todavía ir a votar. Porque todos tenemos muy claro que eso es lo que hay que hacer el domingo: ir a votar. Así que la paella, la arena y las colas en los peajes pueden ir esperando, porque lo primero es lo primero. ¡Menudas colas en los colegios electorales! Vamos, que la participación en las presidenciales francesas se va a quedar corta en comparación con la fiesta democrática que viviremos aquí. ¡Como que nos van a dar los franceses lecciones de “démocratie”!
Ahora lo que toca es elegir alcalde, y esto lo tenemos muy claro. Que nadie haga lecturas que no tocan. Ni primarias, ni votos de castigo, ni nada por el estilo. Alcaldes. Punto. Que para eso nos hemos pasado quince días -qué digo quince días, ¡meses!- analizando programas y reflexionando sobre las necesidades de la ciudad.
¿Qué tal vamos con eso de ser optimistas? Mi amigo tenía razón. No sé, te quedas como mucho más a gusto dándole a la vida un toque de optimismo. Sigamos.
No sé ustedes, pero yo respiro a cambio. ¡Que ya son muchos años gobernando los mismos, hombre! Es un pedazo de argumento que ha funcionado siempre, así que no sé por qué no va a funcionar esta vez. Además será una carambola a tres bandas que ni un campeón de billar: Volveremos a poner un pie en la Plaça de San Jaume, les haremos una buena butifarra a los vecinos del lado montaña, y de paso le daremos un pequeño caponcete al ZP, ¡qué se lo tiene bien merecido!
Tan claros y contundentes serán los resultados, que se acabó aquello de que todos han ganado. Ganar, ganar, sólo ganará uno, y así lo reconocerá el resto. Porque, claro, la política es cosa de caballeros. Bueno, mejor dicho, de damas y caballeros, fifty-fifty.
¡Bueno, bueno! Y por si fuera poco, el fin de fiesta que nos espera será prodigioso. El eterno rival perderá en casa, mientras que nosotros le daremos un buen repasillo al Geta, que ya está bien de subírsenos a la parra. Y volveremos a ponernos líderes en solitario.¡Ya está! ¡Ya me he pasado! Es el problema de estas cosas: te embalas, te embalas, hasta que pierdes el sentido. ¡Es tan difícil mantener la ecuanimidad y la mesura! ¡Es tan fácil confundir el optimismo con la fantasía! Pero, ¿qué cosas digo? ¡Se trataba de ser optimista! Al menos hasta el domingo.
(Publicado en ABC Catalunya, 23 mayo 2007)

03 mayo, 2007

El mundo de Sofía

Tiene castañas que a todo un futuro rey le pregunten en público que si piensa tener más hijos. Y más castañas tiene que aguante el tipo y responda con una serie de consideraciones médico-psicológicas en vez de decirles que se ocupen de sus asuntos.
“Pero, ¿qué problema hay?”, se preguntará alguno. “Tienen derecho a preguntarle lo que quieran. Si no quiere contestar, que no conteste”. Pues ese es el problema, que llamamos derecho a cualquier cosa.
Antes existía un ámbito de intimidad, en el que las personas protegían aquello que más valoraban. El hogar protegía la intimidad de la vida familiar; el vestido protegía la intimidad del propio cuerpo; el derecho protegía la intimidad de la conciencia. Lo íntimo era lo sagrado. Se dejaba entrar en la intimidad sólo a quien se quería. Nada era más degradante que violentar la entrada en esa intimidad.
Hoy hemos perdido el sentido de lo privado. Lo privado no interesa si no se hace público: triunfa el cotilleo, la salsa rosa y el gran hermano. Lo público es ensalzado y salvaguardado: hay que salir del armario para dar marchamo público a la conducta privada. Por el contrario, lo que no interesa se reduce a lo privado, y se expulsa a Dios de la vida pública.
En la intimidad uno se manifiesta como es, no tiene que disimular; allí se encuentra uno con el núcleo original de su verdadero ser. Lo público es, en cambio, el ámbito del mostrarse, del aparentar. Todo es opinable y discutible; todo vale, porque todo es pasajero. Cuando lo privado pierde relevancia, deja de interesar la verdad. Cuando sólo importa lo público, todo se reduce a opinión: todo el mundo puede opinar de lo que sea, y no hay más referente que la opinión. Yo tengo derecho a preguntar; tú no tienes más remedio que responder.
¡A menudo mundo has venido, Sofía! Todavía no te hemos visto la cara, y ya eres un personaje público. Todavía no has renunciado a Satanás y a sus pompas, y ya te han hecho renunciar a tu vida privada. Todavía no has tomado tu primer alimento, y ya le preguntan a tu padre si tendrás más hermanitos.
La diosa de la sabiduría era representada en el mundo antiguo en forma de lechuza. Así como la lechuza gusta de estar en lugares oscuros, también el sabio (y la sabia, añadirían algunos que no lo son) necesita de un quieto reposo para filosofar. La lechuza de Minerva levanta el vuelo al anochecer.
El nuestro es un mundo con demasiado ruido para amar la sabiduría, demasiado interés por lo inmediato, por las apariencias. Has venido a un mundo, Sofía, donde hay muchos sofistas y muchos preguntones, pero pocos sabios. Donde todo el mundo se cree con derecho a opinar, pero donde la sabiduría queda relegada a dar nombre a reinas.
(Publicado en ABC Catalunya, 2 mayo 2007)

12 abril, 2007

La técnica que nos abruma

Ver partidos de fútbol por televisión se está convirtiendo en un calvario. Y no me refiero a los partidos en sí: tengo un amigo norteamericano que se sorprende de que nos pueda gustar un deporte en el que te pasas minutos y minutos sin ver un tanto. Me refiero a las retransmisiones.
Antes, como no disponían más que de unas pocas cámaras, los realizadores tenían que conformarse con seguir la trayectoria del balón. Ahora con toda la cantidad de medios de los que disponen, parece que lo que menos les interesa es el partido. Eso sí, tienes primeros planos de las zapatillas de un jugador, de la marca de publicidad que llevan en el trasero, del lapo que lanza el otro después de fallar un gol, o del movimiento de los labios de aquel otro para poder descifrar si se ha acordado de la madre del árbitro o no. Si a esto le sumas unos cuantos paseos por las gradas, imágenes de los vips y repeticiones de jugadas anteriores desde diversos ángulos, serás afortunado si puedes ver alguna jugada en directo. Porque además hay que añadirle –mejor restarle- el espacio de pantalla que ocupan los marcadores, los anuncios, los concursos para entradas gratis y los avisos sobre el programa que viene a continuación.
Así es el mundo en el que vivimos. Las posibilidades técnicas que tenemos a nuestra disposición son mayores que nunca. Pero disponer de técnicas no significa necesariamente saberlas utilizar bien. Cuantas más técnicas se tenga, más necesario será contar con la capacidad de discernir cómo se pueden utilizar, e incluso de discernir si conviene utilizarlas o no.
El progreso técnico lleva parejo un progreso ético. Cuántas más cosas pueden hacerse, más madurez se requiere para decidir si deben o no ser hechas. Sin tener claro el porqué, la técnica se nos puede volver en contra. La ética es la brújula que orienta nuestras acciones. Sin ella, podemos ir muy deprisa hacia ninguna parte.Recurro una vez más a los famosos versos de Elliot: “¿Dónde está la vida que hemos perdido viviendo, dónde está la sabiduría que hemos perdido en conocimiento, dónde está el conocimiento que hemos perdido en información?” Hoy en día tenemos más información que nunca, pero esto no significa que tengamos más conocimiento, ni que seamos más sabios. Ya sería absurdo que viviendo malgastásemos la vida. Porque, como decía otro: “Puedes hacer con tu vida lo que quieras, pero tienes una sola vida para intentarlo”. Ya sería absurdo que sentándonos a ver el fútbol, acabásemos no viéndolo.
(Publicado en ABC Catalunya, 11 abril 2007)

21 marzo, 2007

La delgada línea roja

Una de las cosas más aburridas que existen es convertir la ética en casuística. Reducimos la ciencia que busca la excelencia humana a un ejercicio intelectual de inventarnos situaciones cada vez más inverosímiles: “supongamos que”, “y si pasa esto”, “y si pasa lo otro”. Entramos en una carrera del “más difícil todavía” para ver si conseguimos romper el cántaro de los principios de conducta a base de tanto llevarlo a la fuente.
Cuando se analizan éticamente acciones concretas a veces lo que separa la acción correcta de la acción reprobable es una delgada línea roja. ¿Cuándo la libertad de expresión se convierte en insulto? ¿Cuándo la búsqueda del bien común acaba en la cesión a un chantaje? ¿Cuándo el poner fin al ensañamiento terapéutico se convierte en eutanasia?
Se trata de situaciones límite que cuando se plantean hay que saber analizar. Precisamente por lo difíciles que son hay que analizarlas con toda la fuerza de la razón. No vale reducir la ética a la tan socorrida frase de “soy libre para”, porque, mire por donde, usted no es libre de insultarme. Tampoco vale reducir la ética a una cuestión de sentimientos, porque la obligación de respetar los derechos está por encima de los buenos sentimientos. Y mucho menos se puede reducir la ética a frases tautológicas, vacías de contenido, del estilo “somos humanitarios”, si no se define claramente qué significa eso.
Pero por encima de todo hay que dejar claro, primero, que estas situaciones límite deben entenderse siempre como excepciones, y nunca como argumentos para acabar con los principios. Segundo, y todavía más importante, la conducta humana debe plantearse desde horizontes más altos y no siempre en el límite del bien y el mal. El estudiante que estudia para aprobar, como le hagan una pregunta que no sabe, suspenderá. El que estudia para sobresaliente, tiene el aprobado garantizado.
Convertir el debate ético de nuestras acciones en un ejercicio de funambulismo, caminando por encima de una cuerda a un paso del precipicio, es una visión pobre, peligrosa e inquietante de la conducta humana y de la vida social.
La ética es atractiva cuando se entiende que lo que importa es hacer el bien, no andar bordeando el mal. Y que además hay muchas formas de hacer el bien. Más aún, que siempre se pueden hacer las cosas mejor. La ética no disfruta argumentando en contra del uso blasfemo del arte, sino promoviendo el buen nombre de personas e instituciones (reputación, le llaman hoy). No se entusiasma maquillando el concepto de muerte digna, sino resaltando el valor de la dignidad de la vida. Las conversaciones que le interesan no son con quienes amenazan la convivencia social, sino con quienes la enriquecen.
Si no, además de empobrecer el significado de la ética, empequeñecemos nuestras propias vidas, que es mucho peor.
(Publicado en ABC Catalunya, 21 marzo 2007)

01 marzo, 2007

Responsabilidad ciudadana

Hace unas semanas hablaba en esta misma columna de “la responsabilidad de los políticos”. A veces pensamos que la responsabilidad sirve para pedir cuentas a otros. Pero esto sólo representa la mitad de la película. La otra mitad es que también nosotros somos responsables.
Ante los problemas de la sociedad es fácil atribuir la responsabilidad a los políticos. “¿Quién tiene la culpa? Los políticos”. Tendrán sus responsabilidades, por supuesto, pero, cuidado, que tampoco tienen que ser los únicos responsables de todo. También los ciudadanos tenemos nuestras responsabilidades.
Se me planteaba esta reflexión a raíz del reciente referéndum sobre el estatuto andaluz. La noticia no fue la aprobación del estatuto, sino el altísimo porcentaje de abstención. Todo el mundo apuntaba a los políticos como los primeros responsables. Pues mire, no: los primeros responsables son los que, teniendo el derecho a votar, no lo ejercen.
Por edad no puedo recurrir al tan manido argumento de “lo que tuvimos que luchar para conseguir este derecho”, porque yo me lo encontré ya casi dado. Pero sí puedo utilizar un argumento mucho más pragmático: la abstención no tiene ningún efecto en la sociedad, al menos tal como está ahora montada. Y mucho menos en los políticos, a los que supuestamente se pretende castigar con la abstención.
A la mañana siguiente del referéndum andaluz le preguntaba yo a mi interlocutor si se acordaba de cuál había sido la abstención en el referéndum del estatut de Catalunya. Fue también sonada, y no han pasado muchos meses, pero aún así no se acordaba. Ya no nos acordamos de la abstención, pero el Estatut se aprobó y ahí está.
Si el sistema fuese distinto, y se pidiese un mínimo de participación para que un referéndum fuese efectivo, o imaginémonos por un momento que se dejasen vacíos los escaños proporcionales a la abstención, entonces sí que los políticos reaccionarían y abstenerse sería una forma responsable de actuar: produciría una respuesta. Pero mientras la abstención sirva sólo para una cuantas declaraciones en la noche electoral y para olvidarnos al día siguiente, la abstención es una irresponsabilidad ciudadana. Es irresponsable porque, de hecho, no produce ninguna respuesta.
“Es que yo paso de los políticos”, dicen algunos. Vale. Pero ellos no pasan de ti, porque están regulándote continuamente la vida, últimamente hasta límites insospechados. Así que más vale que, cuando puedas, decidas quien quieres que te organice la vida, aunque a veces tengas que hacerlo tapándote la nariz y optando por lo menos malo.
¿Habría que cambiar el sistema para que los políticos tuvieran que dar mayor cuenta de sus acciones? Seguro que sí. Pero esto no se consigue con la abstención. Hoy por hoy la abstención no es un voto “anti-sistema”, porque los okupas acaban llenando los escaños, les voten muchos o les voten pocos.
(Publicado en ABC Catalunya, 28 febrero 2007)

09 febrero, 2007

La responsabilidad social de los políticos

Uno de los mayores obstáculos para que la responsabilidad social de la empresa sea algo más que una moda es la visión a corto plazo de todos los agentes que intervienen en la actividad empresarial. La presión por los resultados a corto, por dar continuamente buenas noticias, impide a veces que la empresa tome decisiones que son necesarias para cumplir con sus responsabilidades pero que pueden ser mal recibidas por otros agentes.
La responsabilidad se lleva mal con el corto plazo. Primero, porque las decisiones humanas tienen efectos a largo plazo que tardan en verse; segundo, porque requieren un tiempo de reflexión y análisis. Las prisas, tanto para decidir como para ver los resultados, no son buenas: llevan a la improvisación, a salir del paso, a querer quedar bien.
Mientras las empresas sigan prisioneras del corto plazo –muchas veces no por su voluntad, sino por la dinámica del sistema en el que operan- será difícil que se tomen en serio la responsabilidad social, y siempre existirá el peligro de que no sea una cuestión de ética -de principios- sino de estética –de imagen.
También los políticos tienen una responsabilidad social que cumplir. De ellos se espera que contribuyan decididamente al bien común de la sociedad. También como las empresas, pueden ser prisioneros del corto plazo. Cada cuatro años necesitan renovar el apoyo de los ciudadanos, y en el intermedio ven permanente valorada su actuación a través de las encuestas de opinión. Todavía no han llegado al mercado continuo, pero casi.
En la política, como en el empresa, hay que tomar decisiones difíciles, que no siempre son bien entendidas. El buen gobernante no es aquel que decide buscando el aplauso, sino pensando en el bien de la sociedad. Gobernar bien es, cuando llega el caso, atreverse a tomar decisiones dolorosas pero necesarias. El político cortoplacista necesita tener a la gente continuamente distraída y aplaudiendo. Se guía por la opinión, por la reacción. Va a remolque de las circunstancias.
Lo peor del caso, no es la visión a corto plazo de los políticos, sino que consigan que nos instalemos en esa visión. Hoy casi lo han conseguido. Por eso se acepta mejor el abuso de las palabras que la queja ante la tergiversación que se hace de ellas. Se aceptan mejor los eslóganes que las razones, los consensos que los principios, la superficialidad de las formas que la coherencia de los argumentos, los derechos que los deberes, la brillantez de la demagogia que el esplendor de la verdad.
Casi lo han conseguido, pero no del todo. Si no, ¿por qué los políticos despiertan tan poca confianza y la política tanto hastío?
(Publicado en ABC Catalunya, 7 febrero 2007)

07 diciembre, 2006

La legalidad como excusa

Habrán observado un fenómeno curioso que ocurre en las carreteras con varios carriles. El carril central suele ir siempre más lleno que el carril de la derecha. Es como si nadie quisiese ir por él. Algunos lo harán por complejos (“es el carril de los lentos y mi coche tira mucho”), otros por comodidad (“así no tengo que ir cambiando de carril para adelantar”). Están en su perfecto derecho: el código de circulación lo permite. Pero lo que sucede es que queda menos espacio para los demás o incluso se provoca que otros adelanten por la derecha, cometiendo una infracción.
Moraleja: para que la sociedad funcione no es suficiente con cumplir la ley. La convivencia social debe tener en cuenta otros parámetros. Veamos más ejemplos recientes.
Ronaldinho marca un gol de fantasía y en un arrebato de entusiasmo se saca la camiseta para celebrar el tanto. Todo el mundo está feliz y pletórico. El árbitro se limita a cumplir la ley: le muestra la tarjeta amarilla porque el reglamento así lo exige. Dicho sea de paso, ya es curioso ese arrebato de puritanismo en una sociedad donde lo de ir tapado no es precisamente lo que más se promueva.
Hace unos días contemplo la escena de un pareja increpando a los de la grúa municipal porque se estaban llevando un coche mal aparcado. Ciertamente estaba mal aparcado, y por tanto los de la grúa estaban en su derecho de llevarse el coche. Pero los que estamos familiarizados con esa zona sabemos que a esas horas y en ese lugar es habitual que los coches aparquen donde no está permitido, por la aglomeración de gente que se produce. Todos nos hemos adaptado, hemos acordado implícitamente nuestras reglas de conducta, y lo aceptamos sin problemas. Todos, excepto los de la grúa, que se limitan a hacer cumplir la ley.
Quizás a muchos les venga a la cabeza otro ejemplo que hemos vivido recientemente de una decisión que siendo perfectamente legal ha generado un sentimiento compartido de traición a la voluntad popular. Pero, como hemos decidido no seguir dándole vueltas al pasado, lo dejo.
Una sociedad necesita leyes, sí, pero una sociedad madura es aquella que es capaz de organizarse más allá de la ley. ¡Ay de aquella sociedad que debe refugiarse en el argumento de “la ley me lo permite”! Si lo usan los ciudadanos, normalmente es la justificación del egoísmo para salirse con la suya. Si lo usan los que deben aplicar la ley, suele ser la falta de sentido común que caracteriza a las sociedades burocratizadas o autoritarias. Cuando el poder se utiliza abusivamente es la forma más rápida de perder autoridad. Pero hemos quedado que no hablaríamos del pasado.
(Publicado en ABC Catalunya, 6 diciembre 2006)

20 noviembre, 2006

Friedman y la RSC

Milton Friedman irrumpió en el mundo de la ética empresarial con un artículo de opinión publicado en el New York Times Magazine en septiembre de 1970. El título de su artículo dejaba clara su postura: “La responsabilidad social de la empresa es incrementar sus beneficios”. Desde entonces, el artículo de Friedman se ha convertido en un referente clásico de una posición muy concreta sobre la ética y la responsabilidad social de las empresas.
Con la perspectiva que da el paso de los años y con los debates a los que estamos asistiendo en estos tiempos sobre la RSC, un análisis del artículo de Friedman no le haría justicia si no intensase ver al mismo tiempo las aportaciones y las limitaciones de su propuesta.
Friedman mostraba su rechazo a la idea de que los directivos de las empresas se dedicasen a gastar los beneficios en actividades filantrópicas. En su opinión esto era ir más allá del mandato que los directivos habían recibido de los accionistas. Para Friedman lo que un directivo debía hacer era procurar el máximo beneficio posible y repartir este beneficio entre los accionistas. Después, estos accionistas harían con ese dinero lo que quisiesen, ayudar a labores filantrópicas o no. Según Friedman la empresa no tenía otra responsabilidad que la de procurar maximizar el beneficio; cualquier otra responsabilidad que se añadiese a ésta sería tergiversar la naturaleza de la empresa y su función social. Eso sí, advertía Friedman, actuando siempre dentro del respeto a las leyes y costumbres.
Hoy en día, cuando corremos el peligro de confundir la responsabilidad social con la acción social, la reflexión de Friedman es pertinente. La responsabilidad social de las empresas no empieza una vez se ha conseguido el beneficio, para ver cómo se reparte este beneficio de una forma equitativa. Esto en ocasiones puede convertirse en una especie de “tranquilizador de conciencias”. La RSC no aparece en la distribución del beneficio sino en la generación del mismo. La primera responsabilidad del directivo (primera, no por ser la más importante sino por ser condición necesaria para otras responsabilidades) es generar valor económico y asegurar la continuidad de la empresa en el tiempo. Lo que hoy les recordaría Friedman a muchas empresas es: “oiga, déjense de tantas labores filantrópicas y dedíquense a hacer bien lo que tienen que hacer”.
Ahora bien, en mi opinión, en lo que se equivocaba Friedman era en tener una visión excesivamente limitada de lo que es una empresa. En primer lugar, Friedman se equivocaba al pensar que los accionistas son los propietarios de la empresa, y a partir de ahí concluir que todas las decisiones que toman los directivos deben orientarse única y exclusivamente a satisfacer los intereses de los accionistas. Los accionistas son propietarios del capital financiero, y como tales tienen una serie de derechos y obligaciones; pero pensar que por el hecho de ser propietario del capital financiero soy propietario de la empresa es confundir la parte con el todo. En la empresa hay otros capitales, con sus derechos y sus deberes, hacia los cuales los directivos también deben responder.
En segundo lugar, se equivocaba al pensar que el beneficio es un signo fiable de que en la empresa se hacen las cosas bien. Cuando una empresa no obtiene beneficios es una señal clara de que hay algo que no se hace bien. Pero la inversa no es cierta: yo puedo obtener beneficios y aun así estar haciendo cosas mal, en ocasiones actuando perfectamente dentro de la ley y las costumbres. ¡Ay de aquellos directivos que sólo se fijen en la cuenta de resultados para determinar si en su empresa se hacen las cosas bien!
En tercer lugar, Friedman se equivocaba al entender de una forma demasiado lineal y simple la cadena de creación de valor en la empresa. No es que “hasta aquí genero valor y a partir de aquí lo distribuyo”, sino que se dan una serie de sinergias que hace que todo se relacione con todo. Mis decisiones filantrópicas influyen también en mi cuenta de resultados. Hoy en día está perfectamente aceptado que estas acciones tienen un impacto en la reputación de la empresa, en la creación de valor de la marca, y en cuanto tales entrarían dentro de lo que Friedman define como responsabilidades del directivo. En términos actuales, es lo que se llama el “business case” de la RSC, es decir, llevar a cabo acciones de RSC por un motivo estrictamente económico.
Pero es que además del “business case” está el “moral case”, y en esto también se equivocaba. En su opinión, el discurso de la RSC suponía cambiar los mecanismos de mercado por mecanismos políticos y, en consecuencia, implicaba la irrupción de una visión socialista en el mundo de la empresa. Ciertamente, hoy también podemos encontrarnos con posturas que tanto desde el entorno empresarial como desde otros grupos de interés (ONGs, sindicatos, medios de comunicación) ven la RSC como un arma arrojadiza para mantener vivo el debate entre los partidarios y los detractores del sistema económico dominante. Sería una lástima que convirtiésemos la RSC en esto, cuando fundamentalmente la RSC es una ocasión para cuestionar un paradigma de empresa que unos y otros aceptan acríticamente. Desde este paradigma de la empresa, como un engranaje más o menos perfecto que produce dinero, la postura de Friedman sería perfectamente coherente y aceptable. Pero precisamente de lo que se trata es de cuestionar este paradigma, y abrirse a una visión de la empresa mucho más compleja y completa.
Si entendemos la empresa como una comunidad de personas que, cada una con sus propios intereses, ponen su esfuerzo para contribuir a la consecución de un objetivo común que persigue la mejora de las sociedades en las que opera, en un entorno de trabajo que favorece el desarrollo de quienes participan en este proyecto, entonces empezaremos a entender que la responsabilidad social de la empresa va más allá de lo que Friedman proponía, aunque podamos comprender y compartir sus temores.
Han pasado treinta y cinco años desde la publicación del artículo de Friedman y el debate sigue abierto. En buena medida porque el paradigma dominante ha demostrado ser más eficiente que otros, pero en buena medida también porque no nos hemos atrevido a salir “fuera de la caja” y pensar la empresa de un modo innovador. La RSC, más allá de iniciativas más o menos exitosas, nos brinda la ocasión para ello.
(Publicado en Expansión, 18 noviembre 2006)

16 noviembre, 2006

Los creyentes y los descreídos

Este pasado lunes el todavía secretario general de Naciones Unidas decía que "el problema no es el Corán, la Torah o la Biblia; el problema nunca es la fe, sino los creyentes, y cómo se comportan los unos con los otros". Supongo que la frase necesita una cierta matización. Al menos por lo que a mi respecta, soy creyente y no me considero un problema.
Quizás convendría repasar de nuevo el discurso de Benedicto XVI en Ratisbona, donde, más allá de una cita anecdótica, se hace un profundo análisis sobre la relación entre razón y fe. Conviene advertir, para ponerlo en contexto, que esta cuestión ha sido tratada en muchas otras ocasiones por el actual Pontífice, y también por Juan Pablo II, que dedicó una Carta Encíclica precisamente a este tema.
En ese discurso, Benedicto XVI quiso poner de manifiesto, desde referencias personales e históricas y desde reflexiones intelectuales, las consecuencias positivas que surgen del encuentro entre razón y fe, ya sea en el plano de las ideas o en el plano de la convivencia social. Y por el contrario, quiso llamar la atención sobre los problemas tanto especulativos como prácticos que se crean al separar estos dos ámbitos.
Hay que advertir, y quiero pensar que ésta es la idea que estaba en el fondo de las palabras de Kofi Annan, sobre el peligro de quienes promueven comportamientos que no son racionales amparándose en un supuesto querer de Dios cuya libertad no estaría vinculada por ninguna idea de verdad o bien. A éstos les recuerda Benedicto XVI que “no actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios”.
Pero también hay que señalar, y el Papa así lo hace, otros planteamientos que separan la fe y la razón. Unos planteamientos que miran al mundo occidental, donde la fe se relega al ámbito de la moral privada, donde se le niega el estatuto científico para comparecer en el discurso público, o donde, como mucho, se la acepta como un fenómeno cultural y poco evolucionado.
Si se quiere entablar un auténtico diálogo entre culturas lo que hay que hacer no es desterrar a la religión como si fuese un elemento conflictivo, sino reconocer el valor de las tradiciones religiosas de la humanidad como fuente de conocimiento y de convivencia. Como señala Benedicto XVI, las culturas profundamente religiosas del mundo consideran que precisamente esta exclusión de lo divino constituye un ataque a sus convicciones más íntimas.
Una fe que se escapa de la razón puede convertirse en el argumento ideal para justificar una razón que quiere construirse al margen de la fe. Pero las dos están equivocadas. También los descreídos son un peligro para la alianza de civilizaciones.
(Publicado en ABC catalunya, 15 noviembre 2006)

06 octubre, 2006

La verdadera revolución

Recuerdo un profesor de filosofía política que nos decía que las derechas y las izquierdas habían decidido que en vez de pelearse era mucho mejor repartirse el pastel: la derecha se había quedado con la economía y la izquierda con los temas sociales.
Visto de otra forma, más que partidos de derechas y de izquierdas lo que sucede es que los partidos políticos llevan a cabo políticas de derechas en lo económico y políticas de izquierdas en lo social. Más aún en estos tiempos que corren, cuando todos se pelean por este espacio unisex que se ha venido en llamar “centro sociológico”.
Los partidos de derechas, firmes partidarios de una política económica liberal, se sienten obligados a apoyar políticas sociales de un cierto sesgo progresista (a saber a qué llamarán progresista) para dárselas de modernos. Piensan que así atraerán a algún votante de izquierdas, cuando seguramente lo que ocurrirá es que perderán a sus votantes tradicionales.
Los partidos de izquierdas, una vez desvanecido el misticismo de las economías planificadas, se han ido pasando a políticas económicas liberales –más o menos matizadas; en cambio, para justificar su razón de ser de izquierdas cargan las tintas en las políticas sociales.
La economía liberal y el progresismo social son hijos de la modernidad. Por eso se complementan tan bien. El pensamiento moderno supuso la entronización del individualismo en todos los ámbitos. En el ámbito social, el triunfo de una libertad sin más límites que el no molestar al otro. En el ámbito de los valores, la autonomía del sujeto y el relativismo moral. En el ámbito económico, la búsqueda de un bienestar egoísta, más o menos ilustrado. El mismo individuo que para el liberalismo económico decide según sus propios intereses, es el sujeto de deseos que se convierten en derechos para el discurso progresista social. Si el liberalismo acepta en lo económico la mano invisible como moderadora del egoísmo originario, el discurso de izquierdas recurre al consenso para endulzar la dictadura del relativismo. Pero en los dos casos se acaba en una visión miope que no va más allá del propio ombligo y las tres bes que lo rodean: el bolsillo, la barriga y la bragueta. Por ahí nos movemos.
Recuerdo a otro profesor que nos decía que él era socialdemócrata, sólo que para él la socialdemocracia consistía en ser progresista en lo económico –solidario- y ser conservador en lo social –porque no todo vale lo mismo. Eso sí que es revolucionario.
El populismo no es la alternativa al desencanto político en el que estamos inmersos. Es más de lo mismo. Un partido político que construyera su programa sobre la base de una economía solidaria y una sociedad respetuosa con la dignidad humana sí que sería una propuesta radical. Sería una alternativa real, quizás no por mayoritaria, pero sí por diferente.
(Publicado en ABC Catalunya, 4 octubre 2006)

24 agosto, 2006

El peligro de quedarnos pequeños

Estoy pasando unos días de vacaciones en la Sierra de Gredos, a medio camino de Madrid y Ávila. Salir fuera siempre va bien. Le permite a uno desenroscarse la barretina, descubrir que hay gente buena en todas partes, que las peculiaridades no son sólo las locales, oír opiniones distintas a las propias que tienen también su parte de razón.
Decía Newton que somos enanos a hombros de gigantes. El tiempo del que disponemos para conocer las cosas es escaso. Por nosotros mismos podemos llegar muy poco lejos. Pero tenemos la ventaja de que no empezamos de cero, sino que nos anteceden cientos de años y miles de congéneres que han pensado antes que nosotros.
Nos podemos quedar enanos cuando nos encerramos en nuestro mundo, cuando nuestro ámbito de interés se reduce a “los nuestros”. Nos olvidamos que “los nuestros” es la humanidad entera. Más allá de las fronteras que nos queramos marcar, hay gente cuyos problemas también nos tienen que interesar. No sólo por la visión egoísta de pensar que esos problemas tarde o temprano nos afectarán a nosotros, sino porque todo problema humano de algún modo es nuestro problema. Esto se llama solidaridad.
Hace unos años estaba en los Estados Unidos delante de mi ordenador leyendo el correo electrónico, cuando me llega un mensaje de la persona que tenía sentada a mi lado. ¿No le era más fácil decirme directamente lo que me quisiese decir, en vez de mandar un mensaje que dio la vuelta al mundo para acabar a dos palmos de donde había salido? Las tecnologías nos han hecho capaces de abarcar con más facilidad el mundo entero. Nos han puesto el mundo al alcance de la mano, pero no necesariamente nos han hecho más grandes. Nos pueden hacer más pequeños.
Me contaban hace unos días el caso de los Hikikomori. Son jóvenes japoneses que hacen la vida en su habitación. Allí comen, trabajan y se relacionan con el exterior a través de su ordenador o su teléfono móvil. Tienen miedo al mundo y no se quieren enfrentar a él. Se quedan encerrados en las cuatro paredes de su habitación. Esta es la dinámica: primero no salimos de nuestro pueblo, y acabamos por no querer salir ni de nuestra habitación. El estado de bienestar no necesariamente nos engrandece, también nos puede empequeñecer. Tenemos todas las necesidades al alcance de la mano, y eso nos empequeñece. Cuando todo es fácil, la menor dificultad nos apabulla.
Un profesor mío de la universidad decía que para hacer una buena carrera uno tenía que salir de casa, y pasar un poco de frío y un poco de hambre. Universidad significa visión universal, no sólo por los conocimientos adquiridos sino también por encontrarse con gente de todas partes. Hoy ninguna de las dos cosas se da necesariamente. Los estudios son cada vez más especializados, sabemos mucho de cosas cada vez más específicas. Eso también nos empequeñece. Pero es que además uno puede acabar estudiando al lado de casa. Nos volvemos más locales y más pequeños.
Unos años atrás un amigo me hacía notar que en Catalunya no había tradición de grandes empresas industriales y que lo nuestro era más bien el botiguer. Mentalidad de botiguer: preocuparse por el negoci para ir guardando unos ahorros para la vejez. Hoy ni siquiera impera la mentalidad del botiguer, sino la del funcionari de la Generalitat. Se prefiere la seguridad al riesgo, la sopa boba al no dormir. Nos hemos pasado demasiados años quejándonos de lo mal que nos tratan –¡a ver si ahora resultará que antes nos trataban bien! ¡Eso sí que sería revisar la historia!-, nos hemos acostumbrado a echar las culpas fuera, ha sido la excusa para no cuestionarnos si no nos habremos dormido en los laureles.
La mentalidad pequeña nos hace quejicas, nos lleva a encerrarnos en nosotros mismos, nos hace egoístas, nos vuelve comodones, faltos de espíritu crítico hacia lo propio e intolerantes hacia lo ajeno. ¡Hay tantas cosas importantes por hacer!¡Hay tantas cosas buenas por ahí fuera! No nos empequeñezcamos.
(Publicado en ABC Catalunya, 23 agosto 2006)

04 agosto, 2006

Un cambio de paradigma necesario

El fundador del pragmatismo norteamericano, Charles Peirce, decía que la creatividad consiste en observar los elementos que componen una determinada realidad de una forma distinta, descubriendo nuevas relaciones entre ellos. Me parece que es una visión muy realista y, a la vez, muy sugerente de la creatividad. Se trata de usar la imaginación y el ingenio sin perder de vista la base real de las cosas.
Pensemos por ejemplo en la empresa. Los elementos son los que son: capital financiero, trabajo, capacidad de dirección y gestión, grupos interesados en la marcha de la empresa. La imagen típica y tópica de la empresa nos dice que la empresa es propiedad del capital, y que todos los demás elementos giran en torno a buscar la máxima utilidad para el capital. Todos al servicio del capital. Y entonces pasa lo que pasa: todos queremos ganar stock-options; todos queremos invertir en bolsa; todos queremos ser accionistas El lema de la sociedad post-marxista es: “¡Accionistas del mundo, uníos!”
Pero ¿qué ocurriría si buscásemos una nueva relación entre estos elementos? Por ejemplo, podemos pensar la empresa en términos de personas que aportan capital, personas que aportan trabajo, personas que aportan dirección y gestión. La empresa no sería entonces una simple acumulación de recursos que se intentan maximizar, sino un conjunto de personas que se unen para un objetivo común, aportando cada una lo que tiene, y recibiendo un retorno justo a su aportación. Si pensamos la empresa en términos de “comunidad de personas” entonces quizás no sea lo más apropiado pensar que una empresa tiene propietarios. Digámoslo con claridad y con un punto de provocación: Cuando una persona tiene un propietario esta persona es un esclavo. Por eso, Alvaro D’Ors, prestigioso jurista, dijo hace treinta años (y Charles Handy lo ha vuelto a decir de una forma más suave recientemente), que afirmar que la empresa tiene propietario es el último reducto de esclavitud de la era contemporánea.
El capital tiene propietario, y a través de ese capital que aporta a la empresa tiene una serie de derechos: derecho a recibir una rentabilidad atractiva y otros derechos respecto a la gestión de la empresa que puedan definirse por ley. También tiene deberes (no poner en peligro la continuidad de la empresa, utilizar correctamente la información que reciba, compromiso en la gestión de la empresa) que serán distintos según el porcentaje de capital que se posea. Pero también tiene propietario el trabajo, y quien aporta su trabajo a la empresa también tiene derechos y deberes relacionados. Ser propietario del capital no significa necesariamente ser propietario de la empresa: eso es confundir la parte con el todo.
Los elementos son los mismos, pero al mirarlos de forma distinta podemos encontrar nuevas formas de pensar en la empresa. Por ejemplo, ¿qué queremos decir con que “la empresa está para ganar dinero”? La empresa tiene que asegurar su autocontinuidad, pero una cosa es no perder dinero y la otra que todo tenga que orientarse a maximizar el beneficio. Como decía Ben Cohen, uno de los fundadores de Ben & Jerry’s: “No sabes las cosas que puedes llegar a hacer cuando no tienes que preocuparte por maximizar el valor para el accionista”.
Otro ejemplo, ¿por qué hay que preocuparse tanto por alinear los intereses de los partícipes con el interés del accionista? No estamos obligados a tener todos el mismo interés. Cada uno puede estar interesado en trabajar en una empresa por razones muy distintas. Lo que debe unirnos es que haya un objetivo por el que todos estemos dispuestos a colaborar; un objetivo suficientemente amplio que nos “motive” a todos. A mí, particularmente, pensar que tengo que dedicar mis horas de trabajo a maximizar el valor de un señor a quien a veces no conozco (y lo que es peor, quien a veces no tiene el más mínimo interés en conocerme) no me resulta nada atractivo.
Pensemos en los órganos de gobierno de la empresa. ¿Por qué tiene que estar representado sólo el capital? Ha habido experiencias y contextos sociales donde los trabajadores han tenido también responsabilidad de gobierno. Y evidentemente no estoy pensando en inventos colectivistas. En las empresas del mundo germánico existe un consejo social, del que forman parte otros grupos de interés además del capital.
La importancia de la empresa en la sociedad actual reclama una capacidad de respuesta mayor por parte de la empresa a las demandas sociales. Este aumento de responsabilidad pasa por cambiar necesariamente el paradigma de la lógica mercantilista en el que la empresa se ha movido hasta el presente. Una actuación distinta de la empresa no será radicalmente cierta si no supone primero un cambio en cómo pensamos sobre ella. No hace falta inventar cosas nuevas, pero sí hace falta mirarlas con ojos distintos.
Publicado en Noticias.com, el 31 julio 2006

14 julio, 2006

Si tu eres progre, ¡yo más!

Querido progre: Tendrás que reconocer que últimamente andas un tanto alicaído. Ya no sales a las calles, no lees manifiestos, quedan pocas cosas con las que puedas liberar tus pasiones. En cambio, los que según tú no somos progres, nos lo pasamos pipa. Sin ir más lejos, fíjate, el fin de semana pasado, más de un millón de personas en la calle, celebrando algo tan “demodé” como la visita del Papa y defendiendo algo tan carpetovetónico como la familia. Y es que, bien mirado, puestos a ser progre, no hay como ser cristiano. Y si no, al dato.
Dices que ser progre es estar con los débiles. Pues bien, los cristianos estamos con los más débiles de todos: los que ni siquiera han nacido. No se valen por si mismos, ni pagan impuestos, ni votan. Quizás por ello, algunos de tus amigos no tienen el menor reparo en cargárselos, en nombre de los derechos de los que sí les votan.
Ser progre es defender la igualdad. Pues no encontrarás igualdad más radical que la que afirma la visión cristiana, para quien todos somos iguales, porque todos somos hijos de Dios. Una igualdad radical que no necesita refugiarse en cuotas ni inventarse géneros, porque valora a cada uno por lo que es, con independencia de cuál sea su raza, sexo o creencia. Y no me intentes llevar por la vía de la casuística, porque excepciones las hay en todas partes.
Ser progre es mirar al futuro. ¿Quieres más futuro que la eternidad? La diferencia es que para mirar con ilusión al futuro, tú necesitas estar continuamente revisando el pasado, mientras que a un cristiano el pasado le sirve para aprender, perdonar y olvidar.
¿Y la libertad? Pensar que la libertad es hacer lo que uno quiera mientras no moleste a otros es una visión demasiado individualista para un verdadero progre, ¿no crees? Lo progre es pensar que yo soy libre cuando pienso en los demás: porque cuatro ojos ven más que dos, cuatro brazos pueden hacer más cosas que dos. Para ti lo progre es ausencia de compromisos; y sin embargo, lo que de verdad cambia al mundo es sobreponerse a las dificultades para mantener los compromisos. Para ti el divorcio-express es la máxima expresión de la libertad y no te das cuenta de que en el fondo es un empobrecimiento de la persona.
“¡Hay que adaptarse a los tiempos!”. Dos mil años de historia: Si esto no es adaptarse a los tiempos, ya me dirás… La diferencia es que para sobrevivir a los tiempos, tú tienes que estar cambiando continuamente de ideas, porque se te pasan de moda o se demuestran inútiles. En cambio, un cristiano no tiene que cambiar de principios para reconocer lo que de positivo hay en el devenir del hombre y de la historia. Compartimos unos mismos principios, y respetamos el pluralismo en las opciones temporales.
“Ser progre es ser tolerante, respetar las opiniones de todos”. Vale. Por eso es mucho más tolerante discutir sobre las opiniones, sin tener en cuenta quién las sostiene. Si hay una verdad que ni tú ni yo creamos, pero que entre todos intentamos descubrir, nadie impone su verdad a nadie. Se puede ser crítico sobre las opiniones o las conductas, porque se es tolerante con las personas. Pero cuando no hay un punto de referencia imparcial acabamos en tu estrategia, que consiste en descalificar las opiniones según quien las pronuncie. Esto es muy despótico, ¿no te parece? ¿Tengo que aceptar lo que tú dices, simplemente porque lo dice alguien que se califica a sí mismo de progre? ¡Venga hombre!
Esto de justificar cualquier acción poniéndole el calificativo de progre se ha acabado, porque tú no tienes la exclusiva. ¿Que tú eres feminista? Yo más. ¿Que tú eres ecologista? Yo más. ¿Que estás a favor de la libertad?, ¿a favor de la paz?, ¿en contra de las injusticias? Yo más.
Ya ves: mientras tú te has apoltronado, el cristiano tiene que enfrentarse a todo lo políticamente correcto. Para progre, lo cristiano. A partir de ahora, vamos a dejar los clichés a un lado y vamos a hablar –de progre a progre- sobre los contenidos, sin prejuicios. Ya verás qué bien nos lo pasamos.
(Publicado en ABC Catalunya, 12 de julio de 2006)

23 junio, 2006

El triunfo de la sinrazón

Acabo de leer un artículo que Bertrand Russell publicó en 1935 titulado “La sublevación contra la razón”. Aunque Bertrand Russell escribía su artículo ante el auge del nazismo, que él consideraba una forma de “sinrazón”, sus comentarios siguen siendo muy actuales.
Dice Russell que la razón -el actuar racional, podríamos decir- se define por tres características: descansa sobre la persuasión y no sobre la fuerza; utiliza argumentos que se tienen por válidos; se vale de la observación y de la inducción todo lo que puede, y de la intuición lo menos posible. Añade Russell que la confianza en la razón exige una cierta comunidad de intereses y puntos de vista entre quienes forman una sociedad, y que, por tanto, cuanto más heterogénea se vuelve una sociedad, más difícil es encontrar supuestos comunes en los que se apoye el diálogo y más difícil se vuelve el discurso racional. Cuando no hay supuestos, la gente sólo puede confiar en sus intuiciones. Y como las intuiciones son distintas para los diversos grupos y no hay cómo justificarlas, se acaba en la contienda y en la política del poder.
Algunas lecciones para nuestros días. El relativismo lleva a la desmembración de la sociedad, porque niega la existencia de unos supuestos comunes, y en consecuencia deja el terreno abonado para que quien tiene el poder abuse de él. Una educación sin valores –neutral o laicista, dirían algunos- no es la solución, sino más bien la causa del problema. Deberíamos esforzarnos por encontrar puntos en común. Que somos distintos es una obviedad carente de todo atractivo intelectual. Lo interesante es encontrar aquellos aspectos que nos unen.
Hacia el final del artículo añade otro interesante comentario. “La concepción de la ciencia entendida como la búsqueda de la verdad –dice- ha desaparecido de la mente de Hitler, de modo que ni siquiera se preocupa por argumentar en contra de ella. Por ejemplo, la teoría de la relatividad se tiene por falsa porque ha sido inventada por un judío. La Inquisición rechazó la doctrina de Galileo porque la consideraba falsa, pero Hitler acepta o rechaza una doctrina según criterios políticos sin traer a cuento la noción de verdad o falsedad”. ¿No nos recuerda esto lo que pasa hoy, cuando los argumentos se aceptan o rechazan dependiendo no de un debate racional sino de la orientación ideológica de quien los sostiene?
Ahora que ha pasado la campaña del referéndum cabe una reflexión: En las conversaciones sobre qué votar, la mayoría de las discusiones tenían sólo un tono político, pero muy poca gente se planteaba su voto en términos morales. Y esto es lo preocupante: que hayamos llegado a tal grado de asepsia que la gente ni siquiera se plantee la dimensión moral de sus acciones.
Una última perla: “La idea de una verdad universal ha sido abandonada; hay una verdad inglesa, una verdad francesa, una verdad alemana, la verdad del Montenegro, y hasta el Principado de Mónaco tiene su verdad. De modo semejante, hay una verdad para el asalariado y otra para el capitalista. Si se pierde la esperanza en una persuasión racional, la única posible decisión entre estas diferentes “verdades” es por medio de la guerra y la rivalidad de una locura propagandística”. Así que “si mientras la razón, siendo impersonal, hace posible la cooperación universal, la sinrazón, puesto que se refiere a pasiones particulares, hace inevitable la contienda. Por esto la racionalidad, entendida como la apelación a un estándar universal e impersonal de verdad, es de suprema importancia para el bienestar de la especie humana, no sólo en épocas donde fácilmente es aceptada, sino también, e incluso con mayor motivo, en esos tiempos menos afortunados en los que se la desprecia y rechaza catalogándola como el sueño vano de aquellos hombres que carecen de la virilidad suficiente para matarse unos a otros cuando no se ponen de acuerdo”.
¡Qué bien iría que en el debate político se dejasen de lado las pasiones y se utilizase la razón! Una cosa es apasionarse y la otra caer en la irracionalidad.
(Publicado en ABC Catalunya, 21 de junio de 2006)

02 junio, 2006

Votar que no

Mañana empieza la campaña para el referéndum, y yo estoy hecho un lío. Me sorprende que la gente ya sepa lo que va a votar, cuando seguramente son muy pocos los que se han leído el texto. No me extrañaría que más de un diputado tampoco se lo hubiese leído. Y sin embargo, nos jugamos mucho con el texto que se somete a votación.
Vaya por delante que pienso que Catalunya es una nación. Pero una cosa es que sea una nación y otra que se conforme como un Estado. Hace años me preguntaba un amigo, medio en serio, medio en broma: “Oye, ¿‘els castellers’ forman parte del ‘fet diferencial’?”. Pues seguramente sí, como tantas otras cosas de nuestra historia y cultura. Nos hemos pasado muchos años reclamando una Europa de las Naciones frente a una Europa de los Estados. No seamos ahora nosotros quienes identifiquemos los dos términos. Una nación no necesariamente implica un Estado.
A mí, la verdad, me preocupa menos el nombre con que me describan que el tipo de sociedad que se vaya a construir. Y ahí es donde entra en juego el famoso título primero, que describe los derechos y por tanto las líneas básicas de nuestra futura convivencia.
Un amigo mío, que tiene una gran habilidad para conciliar posturas opuestas, me dice que lo importante es que los que vengan hagan una interpretación positiva del texto. A mi me recuerda aquella frase que se pone en boca de Romanones: “Dejemos que ellos hagan las leyes, que nosotros haremos los reglamentos”. Dejando de lado el maquiavelismo político que pueda encerrar esa frase, hay un aspecto positivo: se entiende que las leyes cuanto más básicas son más generales deben ser, de forma que las distintas opciones políticas encuentren un espacio dentro de la ley. Pero, ¿qué ocurre cuando las leyes son tan ideológicamente sesgadas que difícilmente permiten interpretaciones dispares? Porque, claro, cuando yo veo que en la página electrónica del Departament de Sanitat hay un dictamen a favor de la eutanasia, me es muy difícil creer que la referencia que se hace en el Estatut a la “muerte digna” se refiera al ensañamiento terapéutico y no a la eutanasia.
Y de ahí surge el lío en el que ando metido. Porque, ¿de qué me sirve a mí que me reconozcan como nación, si la nación que se me ofrece va en contra de los derechos más básicos del ser humano, del derecho a la vida, del derecho a la libertad religiosa,…? ¿De qué sirve a mí que mi dinero se quede aquí, si se va a usar para imponer la ideología de género, para financiar con fondos públicos la eutanasia, para controlar la educación de iniciativa privada?
Así que voy a estar muy a la expectativa durante esta campaña, para ver si quienes están a favor del Estatut me convencen de que mis preocupaciones son infundadas. Mucho me temo, de todas formas, que en estos días sigamos hablando de si se destruye o no la unidad nacional, de si nos quedamos más dinero que antes, o de a quien fastidiamos votando sí o no. En fin, de las cuestiones importantes.
En una cosa sí estoy de acuerdo con los políticos. Nos han pedido que no convirtamos la votación en una muestra de apoyo o castigo a los distintos partidos (con las salvedades habituales, claro), sino que nos ciñamos a dar nuestra opinión sobre el proyecto de Estatut. Esto es lo que haré. Me leeré el texto –al menos el título primero- y pensaré si la Catalunya que ahí se dibuja es la Catalunya que quiero. Y votaré en conciencia, con más independencia que nunca de lo que los partidos me digan. Aunque mucho me temo, que una vez acaba la votación, todos intentarán leer en clave partidista mi voto.
(Publicado en ABC Catalunya, 31 de mayo de 2006)

27 mayo, 2006

Responsabilidad Social: Ahora toca las finanzas

El pasado 27 de abril el Secretario General de Naciones Unidas, Kofi Annan, fue el encargado de hacer sonar la “opening bell” de la Bolsa de Nueva York. No, no es que Naciones Unidas empezase a cotizar en bolsa. Kofi Annan presentaba ese día los Principios de Inversión Responsable (Principles for Responsible Investment, PRI).
A semejanza de lo que hiciera hace seis años, cuando propuso a los líderes empresariales mundiales reunidos en Davos que se adhiriesen a los nueve (posteriormente diez) principios del Pacto Mundial, Kofi Annan ha querido esta vez buscar el compromiso del mundo financiero.
Durante algo menos de un año un grupo de profesionales de las finanzas representando a una veintena de inversores institucionales de 12 países han estado trabajando, con el apoyo de un grupo de expertos de diversos ámbitos de la sociedad, en la definición de los seis principios de inversión responsable que ahora se han hecho públicos.
Con estos principios se pretende integrar consideraciones medioambientales, sociales y de gobierno en las prácticas y en los procesos de decisión de los inversores institucionales. En la presentación de los principios Kofi Annan señaló que estos principios pretenden ofrecer un marco de trabajo que permita reducir el riesgo en los mercados financieros y plantear los retornos de las inversiones con una visión a más largo plazo.
Los seis principios de inversión responsable que se proponen son:
1. Incorporaremos las cuestiones ambientales, sociales y de gobernanza empresarial (ASG) en los procesos de análisis y adopción de decisiones en materia de inversiones.
2. Haremos nuestras sistemáticamente las cuestiones ASG y las incorporaremos a nuestras prácticas y políticas de identificación.
3. Pediremos a las entidades en que invirtamos que publiquen las informaciones apropiadas sobre las cuestiones ASG.
4. Promoveremos la aceptación y aplicación de los Principios en la industria de las inversiones.
5. Colaboraremos para mejorar nuestra eficacia en la aplicación de los Principios.
6. Nos notificaremos mutuamente nuestras actividades y progresos en la aplicación de los Principios.
La propuesta se completa con una lista de 35 posibles acciones que se ofrecen como medios para la implantación de los principios.
Quienes estén familiarizados con los principios del Pacto Mundial verán las semejanzas entre las dos iniciativas. De hecho la oficina del Pacto Mundial ha sido uno de los dos organismos de Naciones Unidas que han participado en la elaboración de los PRI.
También en este caso la adhesión es voluntaria y no se ha establecido ningún mecanismo sancionador. Los principios cuentan ya con su propia página (www.unpri.org). Seguramente gracias a la experiencia del Pacto Mundial, los PRI nacen con una cierta estructura. Se contemplan tres tipos de firmantes: los propietarios de los activos o entidades que los representan, como por ejemplo los fondos de pensiones; entidades de inversión que actúan como intermediarios en el mercado financiero; y entidades que prestan servicios profesionales. Asimismo se contempla la creación de un secretariado y de un Consejo, que tendrá una presencia mayoritaria de los propietarios de activos.
(Publicado en El Economista, 25 de mayo de 2006)