16 noviembre, 2006

Los creyentes y los descreídos

Este pasado lunes el todavía secretario general de Naciones Unidas decía que "el problema no es el Corán, la Torah o la Biblia; el problema nunca es la fe, sino los creyentes, y cómo se comportan los unos con los otros". Supongo que la frase necesita una cierta matización. Al menos por lo que a mi respecta, soy creyente y no me considero un problema.
Quizás convendría repasar de nuevo el discurso de Benedicto XVI en Ratisbona, donde, más allá de una cita anecdótica, se hace un profundo análisis sobre la relación entre razón y fe. Conviene advertir, para ponerlo en contexto, que esta cuestión ha sido tratada en muchas otras ocasiones por el actual Pontífice, y también por Juan Pablo II, que dedicó una Carta Encíclica precisamente a este tema.
En ese discurso, Benedicto XVI quiso poner de manifiesto, desde referencias personales e históricas y desde reflexiones intelectuales, las consecuencias positivas que surgen del encuentro entre razón y fe, ya sea en el plano de las ideas o en el plano de la convivencia social. Y por el contrario, quiso llamar la atención sobre los problemas tanto especulativos como prácticos que se crean al separar estos dos ámbitos.
Hay que advertir, y quiero pensar que ésta es la idea que estaba en el fondo de las palabras de Kofi Annan, sobre el peligro de quienes promueven comportamientos que no son racionales amparándose en un supuesto querer de Dios cuya libertad no estaría vinculada por ninguna idea de verdad o bien. A éstos les recuerda Benedicto XVI que “no actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios”.
Pero también hay que señalar, y el Papa así lo hace, otros planteamientos que separan la fe y la razón. Unos planteamientos que miran al mundo occidental, donde la fe se relega al ámbito de la moral privada, donde se le niega el estatuto científico para comparecer en el discurso público, o donde, como mucho, se la acepta como un fenómeno cultural y poco evolucionado.
Si se quiere entablar un auténtico diálogo entre culturas lo que hay que hacer no es desterrar a la religión como si fuese un elemento conflictivo, sino reconocer el valor de las tradiciones religiosas de la humanidad como fuente de conocimiento y de convivencia. Como señala Benedicto XVI, las culturas profundamente religiosas del mundo consideran que precisamente esta exclusión de lo divino constituye un ataque a sus convicciones más íntimas.
Una fe que se escapa de la razón puede convertirse en el argumento ideal para justificar una razón que quiere construirse al margen de la fe. Pero las dos están equivocadas. También los descreídos son un peligro para la alianza de civilizaciones.
(Publicado en ABC catalunya, 15 noviembre 2006)

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